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Wilfred me sirve cada mañana, casi siempre a la misma hora, un bocadillo y dos cortados (con menos de dos soy un novivo). Nuestras conversaciones se limitan a una serie de frases hologadas:
–¿Lo de siempre?
–Sí, hoy de tortilla.
–Ahora te ... lo llevo.
El intercambio comunicativo termina cuando apuro mi segundo cortado, siempre con la misma pregunta y respuesta:
–¿Cuánto es?
–Muy poco dinero, 4 euros
–Ahí van, hasta mañana.
Durante años a esta fórmula infalible para mi alimentación matutina le hemos añadido muy pocas variaciones que tenían que ver con un clima especialmente raro o una situación especialmente llamativa que nombraran en el telediario. Nunca nada profundo, un «cómo está la cosa» o un «estos llevan un jaleo…» como máximo.
Hace un mes tenía que viajar a Valladolid por cosas de trabajo y, por miedo a las medidas sanitarias, a posibles colas interminables, me planté en la estación una hora y media antes de la hora prevista a la que tenía que partir el tren. Fue tremendamente incómodo descubrir que Wilfred también había hecho lo mismo y que compartiríamos ese tiempo de espera teniendo, por contexto, que salirnos de la fórmula impecable que había cimentado nuestra estable relación durante tanto tiempo.
Allí supe que Wilfred era ecuatoriano (ni su procedencia le había preguntado jamás en nuestros anteriores encuentros fugaces), que sus padres vivían aún allí y que sus hijos habían nacido aquí, y ninguno de los dos extremos estaba dispuesto a renunciar a su residencia para unir a la familia. Supe que Wilfred, con el dinero de servir cortados y bocadillos de tortilla, se apuntaba a clases de literatura deseando convertirse algún día, más pronto que tarde, en un escritor si no muy vendido, al menos bastante leído. Supe que nos unía el amor a Extremoduro y a los Alan Moore y supe que, más allá de las cuatro frases que nos intercambiábamos por las mañanas, era un tipo gracioso, ocurrente y, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Desde ese día todo ha cambiado. Desde ese día Wilfred, ya fuera de contexto, me pone los cortados y el bocadillo de tortilla mientras hablamos de cómics y, alguna vez, en vez de mirar cómo yo desayuno, hemos ido a cenar juntos. Nunca piensen que conocen a alguien por unas pocas frases cortas, aunque las haya publicado en Twitter.
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