«Cuando usted, lector, tenía 12 o 13 años, era el único responsable de saber las fechas de los exámenes, los deberes que tenía que hacer cada tarde, las fechas de entrega de los trabajos y los días y lugares de celebración de los cumpleaños de sus compañeros»
Algún día, alguien deberá hacer un tratado del papel que juegan las nuevas dinámicas de comunicación en el estilo de vida actual. Lo que antes eran contactos exclusivamente personales, han mutado en un tipo de interrelación de carácter permanente por mor de la irrupción de la red social más importante, aunque algunos no la consideren como tal, que no es otra que Whatsapp. A cualquier hora, de día de noche, en laborable o feriado; el inconfundible pitido de la aplicación reclama nuestra atención a través de la pantalla del móvil. No importa dónde estemos, lo que hagamos o en compañía de quién nos encontremos. Existe una simbiosis tal entre los usuarios y esta forma de relación social que, invariablemente, siempre saldrá ganadora en lo referente a la inmediatez de nuestra respuesta.
Una consecuencia insidiosa de la por otra parte utilísima aplicación es nuestra involuntaria inclusión en multitud de grupos en los que, una vez prisionero en ellos, resulta dificilísimo salir sin dar el cante al resto de los congregados. Para evitar esa leyenda maldita y chivata de 'Fulano ha abandonado el grupo', aguantamos centenares de mensajes sucesivos en larguísimas conversaciones escritas que no acaban nunca. El grupo de antiguos alumnos de los salesianos, el del gimnasio, el grupo del curso de finanzas que hicimos en Londres, el del trabajo, el de la mili, el de la Universidad, y así podemos seguir 'ad eternum'. Con todo, hay una nueva tipología de grupos de Whatsapp que gana la palma al resto. Se trata de aquellos que forman las madres de alumnos entre 3 y 14 años, y que constituyen todo un auténtico fenómeno social.
Las madres, y utilizo la figura materna de la familia porque casi siempre son ellas, transmiten a diario decenas de mensajes relativos a la actividad del centro educativo de sus hijos. En ellos se invita a cumpleaños, se planifican quedadas en el parque y, cómo no, se preguntan de manera continúa aspectos relacionados con los deberes de sus retoños: «¿Alguien sabe cuándo es el examen de Social Science?», «¿qué día tienen que entregar el trabajo de inglés?», «¿qué temas entran en el control de 'mates'?», «¿quiénes están en el grupo de Nico para el vídeo de Lengua?». Y así, hasta bien entrada la noche.
Los padres han asumido un rol de control sobre las tareas académicas domésticas de sus hijos que nunca se había producido. Cuando usted, lector, tenía 12 o 13 años, era el único responsable de saber las fechas de los exámenes, los deberes que tenía que hacer cada tarde, las fechas de entrega de los trabajos y los días y lugares de celebración de los cumpleaños de sus compañeros de clase. Esa era una preparación, siquiera primigenia, para lo que vendría después: la Universidad y la vida misma. La exagerada tutela a la que algunos padres someten a sus hijos, hace que estos les transfieran la responsabilidad sobre todos los órdenes de su vida por la via de los hechos. Hay niños que no saben, ni les interesa conocer, nada relativo a exámenes, trabajos y deberes diarios, porque para eso ya están sus desvelados progenitores que, con su actuación, contribuyen poco a su educación personal. Cabe preguntarse si en este afán por dirigir la vida de los niños, hay padres que piensan extender esa vigilancia hasta los estudios superiores, porque si la cosa continúa así es probable que tal hipótesis ocurra en un intento Peter Pan de alargar 'sine die' la infancia de los hijos. Unos adultos, a su pesar, que no estarán preparados para la vida mientras funcionen los grupos de Whatsapp que les organizan la vida sin que tengan nada, absolutamente nada, de lo que preocuparse.
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