Vivir en suspense
El avisador ·
La crisis, como la muerte, es algo que siempre nos parece que les sucede a los otros. Hasta que nos toca.Secciones
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La crisis, como la muerte, es algo que siempre nos parece que les sucede a los otros. Hasta que nos toca.Parecía que no iba a llegar, pero llegó. Con crudeza y rotundidad. De súbito, a pesar de las advertencias. Porque la crisis, como la muerte, es algo que siempre nos parece que les sucede a los otros. Hasta que nos toca. Crisis sanitaria convertida ... una vez más en crisis económica. Crisis económica transformada en crisis social. Evolución con dolor, en el mejor de los casos. Eso es lo que tenemos hoy delante de nosotros: una nueva crisis. Y hay que hablar de ello porque, como decía Einstein, «hablar de crisis es promoverla, pero callar en la crisis es exaltar el conformismo». Y no podemos conformarnos, sino que tenemos que actuar. Aunque actuar sea quedarse en casa jugando al chinchón. Actuar cada uno en su misión colectiva, pero también, y en este caso de manera especial, en su responsabilidad individual.
El cine apocalíptico nos ha presentado esta situación en infinitas ocasiones. El reflejo de una sociedad que duda, que no termina de asimilar dos procesos que en teoría son irreversibles: el de la globalización y el de la digitalización. En los 74 días que han pasado desde que las autoridades chinas comunicaron los casos de Wuhan, todos hemos sido testigos de las contradicciones del así llamado mundo global. No hay fronteras para los virus. Pero Estados Unidos sí puede poner las suyas a Europa. Y Marruecos a España. El pánico nos hace territoriales, defensivos, atávicos.
Y a falta de concierto mundial, lo cierto es que en esta nueva crisis echamos de menos a Europa. Yo diría que también a España. Aquí cada comunidad improvisa como puede, y todas miran con estupor a un Gobierno central que, en la tradición, actúa tarde. Y a medias. Ya hay más de uno que cuando quieren decir Sánchez se le escapa decir Zapatero. Y no es por casualidad. Qué mal fario.
Y puesta en la picota la globalidad, ahora lo que nos queda es refugiarnos en el campo. O, si no es posible, en la digitalización. En eso que se nos presenta como la única medicina posible contra la expansión del virus: la telemática. Pero también en la cosa digital, ahora que en instituciones y empresas se imponen los planes de contingencia, empezamos a ver muchos agujeros. Ni llegan a un 15% las pymes que están preparadas para trabajar 'online' ni tenemos todavía los robots de las películas de ciencia ficción para que releven en condiciones al personal sanitario. En este país llevamos decenios hablando del teletrabajo sin llegar a ejercerlo nunca. Y tal vez ahora no tengamos otro remedio. Por salud y por higiene. También por efectividad.
Mientras todo esto sucede, o deja de suceder, lo que hoy nos toca a cada uno de nosotros es prepararnos para combatir el coronavirus. Vencerlo, si nos alcanza, con las defensas del cuerpo. Y superarlo, de cualquier modo, con las potencias del alma. Vamos, con la cabeza. Hay muchas cosas que se aplazan, y aplazadas quedan en la esperanza. Pero hay muchas otras que se suspenden. Y esa suspensión no siempre tiene remplazo. Más que a vivir en la incertidumbre, como nos dice el manual del 'homo digitalis', tal vez debemos acostumbrarnos a vivir suspendidos. A vivir en suspense.
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