La vacunación es un acto libre que, en tiempos de pandemia, define el grado de implicación social del sujeto. Me resisto a pensar que, a día de hoy y en plena sexta embestida, haya solo una persona que niegue las bondades de un suero protector ... y efectivo, pero que, ya sabemos, no es infalible. A esa protección probada científicamente deberíamos agarrarnos con uñas y dientes, sin titubeos y conscientes de que estar inmunizados nos libera de una infección grave y lo mejor de todo, de morir.

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La escalada a un riesgo más alto en el contagio ha llevado a la Unión Europea a proponer una tercera dosis de refuerzo para los mayores de 40 años. Sin dudarlo, constituye una seguridad aún mayor, no tanto de contagio, que va a seguir ahí mientras haya reservorios, pero sí de sortear a la guadaña. Sin la vacuna, hay un 25 por ciento más de posibilidades de no sobrevivir a la enfermedad.

La vacuna no mata. Te protege y nos protege y lo hace de forma duradera en el tiempo. La tercera no llega para frenar una supuesta pérdida de efectividad, sino para contener la transmisión que compromete especialmente a los sistemas inmunitarios más debilitados, a nuestros mayores, también a nuestros sanitarios que siguen al pie del cañón por si se disparasen los ingresos hospitalarios. Así que, ¡Vive y deja vivir! La dimensión de la que se avecina depende también de ti.

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