¡Viva la vida!

Esta medianoche decae el estado de alarma, pero no el ánimo. No podemos obviar el coste que ha supuesto esta pandemia global y a ello debemos aferrarnos para no dar un paso atrás. Nuestras vidas se han visto zarandeadas y golpeadas por un titán cuya geometría sólo es perceptible ante el microscopio: ha lacrado nuestras vidas de uno u otro modo. Nos confinó en ventanas y balcones y no dudará en volverlo a hacer, pero ¡qué frágil es la memoria cuando se sustituyen los aplausos por los relajos de terraza!

Se cierran tres meses de fases y desfases, prefacio de la nueva normalidad que se estrena en domingo. No conviene olvidar lo aprendido, lo sentido y lo vivido, tampoco la dureza del encierro inicial y los alivios que permitieron volver a acariciar esa cotidianidad largamente añorada. El retorno de lo frugal permitió aparcar lo accesorio para volcarse en lo fundamental. Coser otra vez los lazos familiares y apuntalarlos para evitar rotos innecesarios. Recordar con nostalgia los abrazos, los apretones de manos, las bocas libres y los corazones abiertos, la algarabía de los niños en los colegios y en las plazas, los teatros llenos. Ésa es la vida que nos merecemos y ésa es a la que debemos aspirar con la convicción de que llegará, pero no ahora sino cuando el enemigo se postre. Sin prisas y sin descuidos porque vida solo hay una.

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