Ya es oficial. Ayer quedó instaurada la ralentización del tráfico un día después de recibir en Valladolid al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska –que es juez y parte–, para supervisar y bendecir la implantación de las nuevas velocidades urbanas.

Publicidad

El momento no puede ser ... más paradójico, al menos en cuanto a simbologías y dramaturgias de provecho, y no podrá pasarlo por alto el tendido crítico con la medida: En pleno arranque para la reconstrucción económica y después de un año pavoroso al ralentí, justo en el momento en que hay que pisar el acelerador y darle caña, nos vienen con estas dificultades al trasiego urgente de personas y mercancías. «¡Qué ocurrencia! –dirán–, un palo más en nuestra rueda». Y aunque conviene vestirse despacio cuando se tiene prisa, ya hay voces que vuelven a enjaezarse con la palabra 'libertad' para enfrentarse a una disposición que, sin entrar en detalles harto conocidos, llega para hacer más habitable y seguro el espacio urbano; una medida que, con el tiempo, habrá de incorporarse naturalmente a los hábitos ciudadanos.

No es la primera vez que experimentamos un ajuste semejante en nuestro comportamiento. Hace quince años hubo quien auguraba el fracaso de la taxativa prohibición que habría de aplicarse al consumo de tabaco en lugares públicos y centros de trabajo. La resistencia fue feroz, beligerante y en no pocas circunstancias pueril. Regresa a mi memoria la imagen de una Esperanza Aguirre parapetada tras su cargo institucional, desafiando en actos protocolarios aquella proscripción, cigarrillo en mano, para mostrarle a la nación la impronta indomable de su carácter liberal; un gesto que aún hoy provoca la salivación de sus grupis y herederos morales con solo recordarlo y que ha hibernado hasta brotar esta primavera con un vigor semejante al de aquellos años. Lo cierto es que, a pesar de Aguirre y aunque siempre habrá quien se pase las normas por el arco del triunfo, aquella medida restrictiva ha salvado un considerable número de vidas y ahorrado –que es lo que valora la política economicista– una pasta en gestión hospitalaria y bajas laborales; toda una alternativa inteligente a los recortes en Seguridad Social y una hazaña que la rebeldía pijotera siempre desdeñará mientras en su cabeza resuenen ocurrencias consonantes con aquella célebre de Aznar y su «Quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí...», etcétera.

Hay dos tipos de libertad: aquella que nos ofreció el paquete básico de derechos fundamentales y que costó un potosí a varias generaciones con el fin de que fuera gratuita y universal, y esta otra libertad 'premium' que contempla privilegios exclusivos solo para aquellos que puedan permitírsela; una libertad egoísta, una libertad individualista y cicatera que pretende enfrentarse a las normas enarbolando el oportunismo como bandera oculta. Y nada habría que objetarse contra ella, salvo sus ínfulas, si no fuera porque la libertad 'premium' es, además, un coladero de caos, como debiera admitir Pablo Casado en plena contradicción ante sus afanes libertarios y no solo cuando se asoma al abismo del fin del estado de alarma.

Publicidad

Vivir y prosperar en un mundo sin normas o enfrentarnos a una pandemia sin restricciones autoritarias pudo formar parte de uno de los sueños más preclaros de nuestra imaginación colectiva gracias a una anarquía fabulosa que fue incapaz de abrirse paso entre sus propios y aberrantes desvaríos y el acoso inmisericorde de un poder que atisbó su potencial. El duelo dialéctico que se libró realmente entre la libertad para hacer cuanto queramos y la libertad para hacer discrecionalmente lo correcto tuvo lugar entonces. Y se perdió.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad