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Se celebran las bodas del PP y Vox. Nada bueno suele salir de estos enlaces tan renombrados, acuérdense del de Tetis y Peleo, causa primera de la guerra de Troya y, si hacemos caso a Heródoto, de la enemistad entre Oriente y Occidente. Las hijas ... del Cid con los Infantes de Carrión. Rociíto y Antonio David Flores. Matrimonio, este de Mañueco con Vox, obligado por las circunstancias o propiciado por la estupidez. ¿De quién? De varios, insignes estúpidos nunca faltan. Hace unas cuentas décadas diríamos que la novia estaba preñada o que el novio perseguía la dote de la muchacha. Dispongan ustedes los papeles a su mejor manera, digan quién es la novia, quién el novio. Nosotros somos el padrino, el que paga el banquete.
No puede ser un matrimonio feliz. Las dos partes suspiran por enviudar, porque el cónyuge pase a mejor vida y declararse heredero universal. La muerte os sienta tan bien, era el título de una película de Maryl Streep y Bruce Willis, pobre Bruce Willis. Vox sueña con que un día, al amanecer, encuentre al PP cadáver, muerto, finiquitado políticamente. Juan García Gallardo, nuestro flamante vicepresidente, no tiene más función que la de informar a Abascal de la salud –política, insisto– de Fernández Mañueco. Y el sueño más húmedo de éste –conservo la tilde– es el de acudir una noche al tálamo nupcial y que Vox no estuviera. Que las pasadas elecciones fuesen un sueño, un mal sueño. Qué bien te sienta la muerte, amor mío.
¿Quién sobrevivirá para heredar? Yo diría que Vox, pero nunca se sabe. Lo que está claro esa que estas bodas no serán felices, ni para ellos y me temo que ni para nosotros.
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