Los llamados 'padres de la Constitución' se inspiraron en las democracias clásicas a la hora de plantear un sistema electoral con la idea de buscar mayorías que contribuyeran a dar estabilidad a la situación política salida de las urnas. Estudiaron a fondo el Reino Unido ... y no perdieron de vista Estados Unidos, países donde la alternancia entre dos grandes formaciones políticas ha constituido la esencia de su vida política. Los partidos nacionalistas, a gran distancia respecto a PSOE y PP, han tenido momentos de protagonismo importante en nuestra joven democracia, pero no con la fuerza que en los últimos años adquirieron Podemos o, ahora mismo, Vox.
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Tengo para mí que los dos principales candidatos a las elecciones del 23 de julio, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, darían algo por sacudirse la rémora de los partidos que tienen forzosamente adosados. El PSOE sabe que su única posibilidad de reeditar el Gobierno pasa forzosamente por Sumar y que, en consecuencia, está obligado a entenderse con Yolanda Díaz.
Del mismo modo, en el PP son muy conscientes de que solo gobernarán con Vox, si la suma, da para ello, por lo que más valdría que tuvieran las ideas claras a este respecto y eviten a la sociedad el espectáculo que han ofrecido en Extremadura, como si Vox allí fuera distinto que en Valencia o Valladolid. Los acuerdos permiten el posibilismo en política y contra la necesidad de pactos no queda otra que ganar con contundencia, cosa que, salvo Isabel Díaz Ayuso, Francisco De la Torre, y Juanma Moreno, nadie ha hecho en el seno de ese partido.
Es seguro que Pablo Iglesias debió de ser una pesadilla recurrente para Pedro Sánchez en el tiempo en que compartieron Gobierno. Su némesis ideológica es Santiago Abascal que, a buen seguro, le procurará más de una jaqueca a Feijóo si llegan a constituir un Ejecutivo juntos. La historia se repite a izquierda o a derecha.
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Mientras tanto, se escuchan proclamas que confunden deseos con realidades, como «el bipartidismo ha muerto» o «ha desaparecido para no volver jamás».
Expreso mis dudas al respecto, singularmente porque de manera paulatina cada vez hay un mayor número de electores que le ven ventajas al hecho de no depender de los votos, a veces chantajistas, de algunos. Ya se sabe lo bonito que resulta apelar al pluralismo y la heterogénea realidad de la sociedad española, pero ya hemos comprobado en la práctica que esa miríada de pequeños, y no tan pequeños, partidos que basan su razón de ser en el pacto con cualquiera de los dos poderosos, rara vez trascienden de la lacra del «¿qué hay de lo mío?».
Y, por supuesto, de los intereses espurios de sus lideres que buscan una colocación para ellos y un numeroso grupo de afines envolviéndose, eso si, en banderas supuestamente nobles cuando en realidad es la lucha por el poder pura y dura.
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Se trata de marcas políticas de corte gregario que venden carísimos sus apoyos, casi a intereses usurarios, anteponiendo los aspectos ideológicos a la realidad que interesa al país. Y también, que quede claro, su interés en el reparto de cargos a otros objetivos comunes mucho más nobles y necesarios. Un parlamento fragmentado en mil formaciones políticas no es más democrático que uno nucleado en torno a dos grandes partidos de centro izquierda y centro derecha.
Otra cosa es cómo lo quiera vender y justificar cada cual. Así las cosas, podemos decir que, visto lo visto… bipartidismo. Un lema electoral que seguro comparten muchos más de los que se atreven a decirlo.
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