Visita fresca de Rhodes

Queremos decir que Rhodes, británico sin cuarentena, puede pasarse por San Andrés a que Amón le enseñe un par de arpegios bajo la sombra del perro de porcelana, que da un eco chopinesco y poloneso. O, con camiseta del Betis y actitud recatada, puede irse el ínclito organillero al Monasterio de Valbuena a ponerse a bien con Dios y ver lo que el Císter aporta.

Rhodes aparte, las casas rurales y los montañeros de suela de travesía media están aquí y hacen bien en petarlo con cautelas. Ya hasta los madrileños han descubierto que Benidorm no es lo que era y que es el mejor el claustro que el 'balconing', el lechazo que la pulserita, y por ahí seguido.

Es verdad que aquí en la gasolinera no contabilizamos como turismo al que para, orina y cafetea con una gorra de Caja Rural, pero así y todo hay una larga marcha que puede compensar estas estadísticas.

Hace unos años, cuando el felipismo se sacó un eslógan que llenaba los bares y los paradores de Fraga: «al turismo, una sonrisa». Por junio el turista ha dejado las minifaldas de Netflix, que es otra forma cualquiera de imbecilizarse mientras que en los hayedos del piedemonte del Curavacas, sí, los osos andan en solidaridad/sororidad con el turismo doméstico.

Rhodes, el turista un millón.