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Su queja era amarga, aunque no llegaba a hiel. Alcalde de un municipio segoviano, por cuyo término atraviesa la clásica nacional 1, la de Madrid al norte, se lamentaba de que su pueblo solo saliera en las páginas del periódico cuando se producía un accidente ... de tráfico, algo que ocurría con cierta frecuencia. Hablamos y se desahogó contándome las bondades de la localidad, su historia de siglos y sus inigualables fiestas y nos emplazamos para intentar que el pueblo fuera noticia por algún asunto hermoso y no escabroso. Deseo pensar que así sucedió, aunque en mi memoria no puedo acreditarlo.

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Es evidente que lo que pretendía era visibilidad, un estado al que nos han obligado a ser ajenos en esta tierra, tanto a este alcalde como a usted y a mí. Que alguien sepa de nuestras cosas es una aspiración que en las otras Españas no consideran, porque ya lo poseen, sobre todo los llorones perpetuos.

Pero la política además de hacer extraños compañeros de cama, a veces obra el milagro. Y ha ocurrido aquí, en nuestra imperceptible Castilla y León, donde unas elecciones nos han hecho tangibles y corpóreos para el resto de los españolitos. Ya no somos solo carne de telediario con los sucesos, sino que, ¡aleluya!, ya hay compatriotas que conocen el nombre del presidente de la comunidad e, incluso, le ponen cara. Hasta en el Congreso y en el Senado discuten por nosotros y uno tiene la sensación de haber entrado en otra dimensión, en la desconocida de lo palpable y de la visibilidad.

Qué alegría inesperada, qué vertebración que dirían los puristas de la política regional. Y aunque para 'El principito' lo esencial es invisible a los ojos, qué maravilla que hayamos dejado de permanecer en secreto y bajo siete llaves.

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