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El mundo entero está afectado por el coronavirus, ahora llamado COVID19. La atención de los medios de comunicación internacionales se centra en el dichoso virus y sus consecuencias en China y en el resto de los países, donde continúan ocurriendo muchas cosas que no ... hay que perder de vista. Hay una poderosa razón: en la aldea global en la que vivimos rodeados de tensiones y enfrentamientos nada ocurre por casualidad y todo está relacionado, de una manera o de otra.
Lo que era una sospecha hace varios días entre los expertos de las relaciones internacionales sobre el origen y la difusión del virus empieza a denunciarse en algunos medios de comunicación árabes y de otros países. Apuntan a Estados Unidos y a Israel, pero no hay que ser ingenuos porque la situación también se presta a lanzar noticias falsas dentro de una campaña de desprestigio hacia estos países. Más allá de objetivos de desgaste político y de influencia y cotas de poder mundiales, están los hilos que suelen mover casi todo en la escena internacional: los intereses económicos, comerciales y empresariales.
El daño que está sufriendo China, en plena pugna por la hegemonía de la economía mundial con guerra comercial incluida con los Estados Unidos, le puede acarrear unas consecuencias que todavía son difíciles de cuantificar o de prever. La firma del primer acuerdo entre Pekín y Washington para terminar con la guerra comercial puede haber sido forzada ante lo que se le venía encima al régimen comunista chino, que ha tenido que recurrir en público a su líder, Xi Jinping, con la ansiada mascarilla para rebajar no sólo el pánico en algunas regiones del país, sino también para afrontar protestas de los más afectados en Wuhan, lugar histórico para la historia moderna china.
En Oriente Próximo, con cierta calma entre iraníes y norteamericanos tras la muerte del general Soleimani, asistimos al intento de demostración de fuerza del presidente turco, Recep Tayip Erdogan, en Siria y en Libia. Sus desafiantes amenazas al régimen sirio del presidente El-Asad le están enfrentando con Rusia, su antiguo refugio tras su distanciamiento de Estados Unidos y de la OTAN.
Su injerencia en la crisis de Libia con el envío de soldados, mercenarios y armamento ha complicado y empeorado aún más la situación en este país mediterráneo que sirve de refugio y área de actuación a milicias terroristas y a las mafias de tráfico de personas, drogas, armas y todo lo que dé dinero. Erdogan parece haber iniciado una huida hacia adelante en el exterior, como suelen hacer los dictadores, para distraer la atención de los verdaderos problemas de los turcos, con graves problemas económicos.
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