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Ningún otro político regaló mayor inspiración que Winston Churchill a los caricaturistas del pasado siglo, cuando las viñetas políticas ya habían conquistado el rincón más leído de los periódicos tabloides. Su perfil desgarbado, el puro eternamente humeante y la provocación ocurrente siempre a flor de ... piel, imagen y palabra de un héroe panzudo y perspicaz, encumbraron al soldado, escritor y político inglés hasta el más alto grado de popularidad universal. Con su cabeza siempre en posición de embestida, Churchill jamás tomó por vejación o desprecio las ideas y propósitos, extravagantes a veces según los caricaturistas londinenses, con que él condujo la guerra contra Hitler. Dicen sus biógrafos que el primer ministro británico buscaba en las viñetas de la prensa alemana los indicios de la derrota nazi, la espuma sutil de la noticia que solo detecta un buen periodista.
Una caricatura política publicada en su edición internacional por el acreditado periódico 'The New York Times' mostraba un perro con la cabeza del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, guiando a un ciego, caricatura del presidente Donald Trump con su pelambrera rubia y bruñida cubierta con la kipá judía; una estrella de David cuelga de la correa del perro. La imagen, alegoría y metáfora política, ha irritado el ánimo siempre al acecho de quienes temen la resurrección del espectro antisemita, que condujo al holocausto a más de seis millones de judíos. La prensa israelí más ortodoxa acusó inmediatamente al periódico de seguir el mismo camino que Joseph Goebbels y su equipo de propagandistas, cuando prepararon sistemáticamente a todo un continente con las viñetas satíricas de la prensa nazi no solo para aceptar, sino también para instigar al exterminio en masa de los judíos de Europa. Aquella propaganda logró convertir a los judíos en parásitos infrahumanos, despreciables y merecedores de extinción. Según los detractores de esa ilustración periodística, una versión actual del antisemitismo más infame, el NYT acusa a Israel, es decir, a todos los judíos, de instar a la guerra al líder de la nación más poderosa en el mundo.
Tras una larga reflexión acerca de este conflicto que ha removido los pilares más firmes del rotativo neoyorquino, su jefe de opinión, James Bennet, anunció el lunes pasado la supresión de esas viñetas de carácter político también en su edición internacional, siguiendo el criterio aplicado hace años en las ediciones destinadas a los lectores estadounidenses. La polémica ha liquidado así definitivamente una de las más acendradas tradiciones del diario, poniendo bajo sospecha la total libertad editorial de las opiniones vertidas en sus páginas, expresadas en palabras o imágenes, siempre que respetaran los principios fundacionales del periódico.
La tradición de esa prensa gráfica, incrustada entre densas columnas y grandes titulares con la intención de buscar el interés del lector despistado, al analizar las noticias de actualidad con el ingenio del dibujante, tuvo en Estados Unidos su punto álgido a finales del siglo XIX. Aquellas viñetas sobre la guerra de Cuba, trazadas por maestros del dibujo que aún gozaban de la ausencia de la fotografía (Remington y Caldwell a la cabeza), forman parte de una época brillante de otro periodismo sin fronteras que luego invadió a la prensa europea por su novedad y su eficacia en la busca de lectores. Los autores de aquellas viñetas incendiarias se convirtieron en divos de la redacción y algunos de ellos vendían simultáneamente sus dibujos a varios periódicos.
Durante el periodo bélico entre los dos grandes rotativos neoyorquinos, 'The New York World', de Joseph Pulitzer, y 'The New York Journal', de William Randolph Hearst, se libró la primera batalla mediática de la prensa moderna, la que lideraron desde las trincheras de sus rotativas en Down Town esos mariscales de la opinión pública, empleando toda clase de artilugios de la industria y la propaganda para hacer de la guerra de Cuba contra España su gran negocio, con más dólares que información. En ese combate entre los grandes, el caricaturista en plantilla podía llegar a enfrentar sin reparo a los protagonistas de esa guerra de papel, los dos ambiciosos magnates del periodismo en aquellos años de gloria americana, vestidos con mandilón amarillo (el del famoso 'Yellow Kid') y profiriendo insultos cruzados escritos sobre la tela de la saya más famosa en la historia de la prensa impresa.
La eficacia y grandeza de la viñeta periodística, su poder de seducción y también de destrucción, han sobrevivido a todas los transformaciones técnicas, a estilos y a formatos del viejo periodismo. Ningún otro recodo de cualquier diario ha conservado el espíritu de provocación tan patente como el del dibujante, que busca el punto explosivo de la sátira para regir la información y dar a la noticia un marco de atención y un tiempo más duradero. Patrick Chappatte, uno de los dibujantes más prestigiosos de 'The The New York Times' que han sobrevivido en ese terreno escabroso de la política y la viñeta, afirma que ese género de periodismo se ahoga hoy en una sumisión y adoctrinamiento insoportables desde el asesinato en París de los periodistas del semanario 'Charlie Hebdo'. Según él, «la inocencia del oficio se ha perdido para siempre en las redacciones, donde los grandes editores de prensa han programado una ambigüedad planetaria».
La censura de viñeta política, en su aparente ligereza, anuncia el declive de un ciclo del periodismo. Así lo demuestra esa amalgama de intereses del NYT y la antinomia entre su papel de adalid de la libertad de prensa, según el lema sagrado que lo ha distinguido durante siglo y medio («Todas las noticias disponibles deben ser publicadas») y su proselitismo a favor de los intereses del pueblo judío. Una caricatura suya en la prensa, publicada en la portada de la revista satírica 'Punch' en enero de 1953, hirió a Winston Churchill hasta lo más profundo de su espíritu combativo: -Hay mucha malicia en este dibujo: tengo las manos demasiado hermosas. Esta imagen va a llegar a todas partes. Tendré que retirarme -le advirtió a su médico lord Moran. Y el líder victorioso e indomable aceptó ese día su jubilación.
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