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No fue casualidad que los medios de comunicación, incluido El Norte de Castilla, se volcaran con la fiesta de Villalar en plena Transición a la democracia. Era 1978 y las informaciones de este periódico hablaban de más de 200.000 personas celebrando a voz en ... grito la fiesta –aún no oficializada– de Castilla y León. Dos años antes, la Guardia Civil había dispersado a los manifestantes que habían asistido a la campa sin permiso gubernativo, y en 1977 fueron cerca de 20.000 las personas que acudieron para, entre pendones morados, gritar «¡Castilla entera se siente comunera!» y «¡Castilla y León por su liberación!».
¿Cómo era posible tamaño alarde de entusiasmo regionalista en unas tierras marcadamente provincianistas y desprovistas de una identidad regional diferenciada, cuyo proceso autonómico tuvo que ser pilotado por fuerzas políticas nacionales –PSOE y UCD– y sorteando, en todo momento, graves divergencias internas? La explicación no es otra que la inflamada politización de aquel problemático y, a la vez, esperanzador contexto de transición democrática y recuperación de las libertades, de lucha contra la dictadura y reivindicación de la memoria herida de Castilla.
En un momento en el que las diferentes regiones buscaban antecedentes históricos para legitimar su autogobierno, en Castilla y León las entidades regionalistas más relevantes se movilizaron para protestar contra las pretensiones de las mal llamadas «comunidades históricas» de relegar a Castilla y León en una suerte de autonomía de segunda fila, pero también para sacudirse ese sambenito, falso y ofensivo, que identificaba Castilla con la dictadura franquista.
Villalar de los Comuneros se erigió en el escenario privilegiado e indiscutido de las multitudinarias manifestaciones autonómicas de finales de los años 70 y principios de los 80 porque, al tiempo que se reivindicaba el mismo nivel de autogobierno que el resto, también se actualizaban los valores que en 1520 animaron en su rebeldía al común castellano, liderado por Padilla, Bravo y Maldonado, contra el despotismo de Carlos V. Los capitanes comuneros y la gesta por ellos protagonizada se convirtieron, una vez más, en adelantados a su tiempo en cuanto a la lucha por las libertades y contra el centralismo, pero también en la reivindicación de una mayor participación del pueblo en los asuntos de gobierno.
Los primeros problemas surgieron cuando grupos radicales de izquierda comenzaron a boicotear la presencia de miembros de UCD en la campa, liderados por el entonces presidente del Consejo General de Castilla y León, Juan Manuel Reol Tejada, y se enfrentaron a militantes de formaciones de derecha llegando a producirse la quema de algunas banderas nacionales. Se trataba, como ha señalado González Clavero, de un creciente «divorcio entre el regionalismo oficial y el regionalismo real». Oficializada la fiesta en 1986 por el gobierno socialista de Demetrio Madrid –Ley 3/1986, de 17 de abril–, incidentes posteriores dieron la oportunidad a José María Aznar, presidente de la Junta de Castilla y León a partir de junio de 1987, de celebrar la fiesta de la Comunidad con carácter itinerante, pasando de provincia a provincia, y a base de actos oficiales de ámbito restringido celebrados el mismo 23 de abril y desvinculados, por tanto, de la concentración de Villalar.
La decisión de Aznar no pudo ser más atacada desde la oposición, pues con ella se abrió una brecha infranqueable entre, por un lado, un Villalar del «pueblo» y de la oposición política y, por otro, la celebración institucional. El retorno a la campa, en 2002, del presidente de la Junta, el también 'popular' Juan Vicente Herrera, terminó por normalizar la fiesta y afianzar Villalar como celebración festiva y reivindicativa de todos los castellanos y leoneses, circunstancia que ahora Vox parece querer dinamitar. Porque los valores que se rememoran en Villalar no pueden identificarse sin más, y de manera exclusiva, con la izquierda radical.
Y es que al tópico de que estamos en unas tierras históricamente atrasadas, arcaicas, sumisas y desmovilizadas, el episodio de las Comunidades contrapone valores dinámicos y que aceleraron el ritmo y el pulso histórico, como fueron la lucha antiseñorial, el movimiento comunal y concejil, la resistencia frente a centralismos imperialistas y la apuesta por unas Cortes más participativas.
Lejos de buscar derechos históricos que justifiquen privilegios del presente poniendo incluso a los territorios por encima de las personas, los valores comuneros remiten a la búsqueda del bien común («el bien público de estos reinos»), a una mayor participación política de las ciudades y a la lucha por afianzar las libertades, valores de hondo contenido emancipador y de alcance claramente universal.
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