Este Gobierno tiene una relación complicada con la verdad. No es sólo que mienta ocasionalmente –eso lo han hecho todos, de una u otra manera, y lo harán los siguientes también, aunque sería deseable ir a menos, en vez de a más– lo peor es ... esa convicción extendida de que la verdad puede ser borrada mediante la repetición masiva del relato adecuado. Y eso es un gran salto.

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El cara a cara del lunes pasado resultó mucho más iluminador de lo que podíamos esperar y por eso hay tantos, desde entonces, empeñados en emborronarlo todo con tinta de calamar. No se dejen. Si estuvieron ante el televisor, fíense de sus sentidos, no permitan que les hagan dudar. Pocas veces alguien se hizo un autorretrato involuntario tan preciso, y devastador, como Pedro Sánchez en Antena 3. El presidente menos presidencial de los últimos tiempos (su cara y su expresión corporal no fueron capaces de guardar las apariencias) se lanzó a pelear por el balón como si fuera un jugador del catenaccio que buscara destruir el juego del rival. Vimos a Feijóo defenderse, primero de forma más pasiva, y luego entrando a los codazos sin miedo. Pero no hay ninguna duda de quién definió el tono del encuentro.

Al parecer, el líder del PP replicó con algunos datos falsos, o incorrectos, a Sánchez (que también mintió en ocasiones), pero no hay una gran novedad ahí, por mucho que ahora los afines al gobierno quieran contrarrestar la fama de mentiroso de Sánchez con memes de un Feijóo Pinocho. Lo relevante de verdad, por mucho que le duela al Gobierno, fue lo de los peajes.

Recordémoslo brevemente. Feijóo muestra un documento oficial que revela que el Gobierno implantará en las autovías españolas algún tipo de cobro por uso (peaje) en 2024 y el aún presidente lo desmiente categóricamente. Tres días después, el director general de la DGT, Pere Navarro, confirma los peajes, «por imposición de Bruselas», para verse obligado a negarse a sí mismo horas después por la presión de un gobierno desesperado, que veía como se le iba por el sumidero su última estrategia preelectoral. Desde entonces hemos escuchado muchas negaciones, pero nadie ha dado una explicación convincente de por qué el papel dice lo que dice.

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Hemos visto también estos días cómo los socios separatistas del Gobierno le enmendaban la plana al presidente en todos los frentes. Los indultos, explican, fueron una contrapartida política exigida para apoyar al Gobierno, y la derogación del delito de sedición una herramienta que puede facilitar las cosas en el futuro, porque hay voluntad de repetir la jugada golpista. Por negar, han negado incluso que Cataluña esté mejor que antes. Y, por si fuera poco, advierten de que, si es necesario su apoyo en el futuro, el precio será aún mayor, lo que resultará todo un estímulo para los socialistas que duden si movilizarse al grito de corneta gubernamental contra el 'túnel del tiempo'.

Todo ello da la razón a los presuntos 'trumpistas', frente a los supuestos paladines de la verdad, que llevan cinco años engañándonos a placer. No olvidemos a Tezanos y su desvergonzado, y corrupto, uso del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el mejor ejemplo de mentira estructural y de degradación de las instituciones. O el empecinamiento, durante ocho meses, en negar que hubiera un problema con la ley del 'sí es sí', con constantes críticas a los jueces. No, miren, aquí nadie es perfecto. Pero ni toda la propaganda del mundo puede borrar la arrogante desfachatez que este 'frente' gubernamental ha derrochado estos años.

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