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Tengo la suerte de pertenecer a una generación que fue educada en la convicción de que ser egocéntrico era una deformación personal grave, que uno debía respetarse y quererse, pero sin llegar al exceso de convertirse en el centro del mundo. Que los demás cuentan, ... y no son sólo peones de tu tablero de ajedrez.
Muy al contrario, la recomendación más común entonces, 'Sal de ti mismo', abogaba por lo contrario. Y era un propósito que formaba parte de un desafío vital más amplio: ser persona: No simplemente ciudadano, o individuo de la especie, sino persona, alguien con estructura, con un cierto orden espiritual, mental y moral.
Gracias a esa educación, tejida a medias por el humanismo clásico y la cristiandad, muchos fuimos iniciados en la virtud del desprendimiento, lo que nos causó algunos problemas, pero nos ahorró males mucho peores. Y, sobre todo, nos vacunó contra el narcisismo, tan común hoy, y causa de tantos desajustes mentales.
Salir de uno mismo es un desafío complejo. En su versión más extrema nos conduce a la figura del héroe, que se olvida de su propio bienestar, incluso de su propia vida, para proteger a otro. Un ejemplo reciente: el torero Cayetano Rivera, que se lanzó al ruedo en Santander, hace apenas dos semanas, para salvar la vida de su compañero de tarde Roca Rey, que estaba siendo embestido por su astado. El propio Cayetano fue herido también, aunque ambos evitaron la tragedia. El diestro, sin pensarlo, puso la vida del otro por delante de la suya. Es un gesto que le honra, pero que, sobre todo, habla de un modo de estar en el mundo: el de quien tiene viva y plena conciencia de la muerte, y, en consecuencia, del valor profundo e insustituible de la vida.
Pero no hace falta ir tan lejos. Salir de uno mismo es un consejo que se aplica generalmente a la relación con los otros. Se trata de ser capaz de dejar en suspenso temporalmente el propio ego para abrirse al otro y ser capaz de escucharlo, permitiendo que se exprese. Estábamos convencidos, y algunos aún lo estamos hoy, de que sólo con escucha hay verdadera comunicación. Esto no implica renunciar a lo que uno piensa o cree, pero sí negarse a caer en el ejercicio de autoafirmación permanente que hoy es habitual. Estamos demasiado acostumbrados a falsos diálogos, que son en realidad dos monólogos superpuestos en los que cada cual se desahoga con lo suyo ignorando lo del otro.
Salir de uno mismo era también el único modo de acceder al amor entendido como encuentro de dos almas en un puerto común. El del amor era un viaje de ida y vuelta entre la renuncia y la afirmación. Sabíamos que teníamos que ir más allá de nuestra zona de confort y ser generosos, pero sin renunciar a nuestro ser. Esto sigue siendo cierto hoy para muchas parejas, pero parece abrirse paso otro modelo: el de dos personalidades que viven cada una en su mundo y que, de vez en cuando se encuentran. Es una forma de evitar el vértigo que inevitablemente se produce en la entrega y el compromiso con el otro. Pero existe un precio: cerrar las puertas a lo inesperado, la genuina sorpresa, eso que puede cambiarlo todo.
Uno, que empieza a ser antiguo por edad, pero que, además, lo es cada vez más por vocación, sospecha que todas estas nuevas fórmulas relacionales (poliamor, relaciones abiertas…) son, al menos en parte, una forma de huir del miedo a confiar en el otro y entregarse. Por eso 'sal de ti mismo' es una frase que se escucha hoy mucho menos de lo que sería necesario, en este mundo nuestro con tantas torres de marfil.
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