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La crisis de Vox ha estado tan en boca de los comentaristas políticos que pareciera ser el problema fundamental de la derecha española. Pero, sin negarle importancia –la caída de votos y escaños es preocupante, y con la marcha de Iván Espinosa de los Monteros ... pierde un importante activo– hay que decir con claridad que el verdadero problema lo tiene el PP. El partido de Núñez Feijoo tiene que demostrar que es capaz de construir mayorías de gobierno alternativas a la izquierda y lo que hemos visto estos meses parece sugerir que no lo es.
Esto es grave. Hasta ahora, una parte de la derecha estaba convencida de que el partido azul era un instrumento eficaz para provocar alternancia en el poder, aunque inoperante a la hora de provocar cambios reales en la sociedad, pues mantenía casi todo lo que la izquierda aprobaba. En el escenario actual no está claro ni siquiera que sea útil para desplazar a la izquierda del Gobierno.
Veamos el contexto para que la afirmación se entienda. Por un lado, tenemos a un partido, el PSOE de Sánchez, que ha acreditado una enorme capacidad para alcanzar acuerdos con todo el espectro parlamentario ajeno al PP y Vox. Sin remilgos, sin prejuicios ni líneas rojas, y, además, construyendo un discurso propio sobre la realidad nacional que da cobertura a sus pactos.
Más allá del juicio que a mí me merezcan las alianzas con los independentistas -y que ya he manifestado- lo cierto es que han sido enmarcadas en una visión general que tiene un largo recorrido en la izquierda española: los 'problemas' vasco y catalán deben afrontarse políticamente, y no en los tribunales. Este marco sirvió antes para alentar la idea de una consulta catalana y ha servido también para justificar los indultos y la reforma del delito de sedición. Y en él cabe también, o puede caber, la amnistía que ahora se baraja como contrapartida a Puigdemont. Desde luego, todas las concesiones que realiza Sánchez, las del pasado y las que puedan llegar, las hacen para alcanzar el poder y mantenerlo, pero su electorado tiene un marco en el que encajarlas, por lo que apenas las penaliza.
En el otro lado, en cambio, tenemos un partido, el PP, que está empeñado en problematizar los acuerdos con el único partido que está dispuesto a pactar con él: Vox. Y problematizarlos, además, con las claves ideológicas de la izquierda. Nadie habrá escuchado en el pasado a los teólogos mediáticos progresistas quejarse como plañideras por la existencia de Podemos (ahora Sumar). Y, sin embargo, hemos leído y escuchado este lamento estéril reiteradamente en la prensa de derechas respecto a Vox.
El espectáculo de la Mesa del Congreso, con el PP negándole una plaza al partido de Abascal, al no apoyarle, y extrañado luego de que éste no votara a Cuca Gamarra, aunque los votos de Vox no eran decisivos, revela una desorientación preocupante. Y una incapacidad grave para entenderse con los únicos aliados reales en busca de otros posibles que, por lo que vamos viendo, son cada vez más imaginarios. Quizás en el pasado el PNV pudo funcionar como partido bisagra, pero hoy será muy difícil que se baje del barco de la 'nación de naciones' que abandera Sánchez.
Y cuanto más insista Alberto Núñez Feijoo en su condición de partido más votado, más visible será su impotencia. Hoy sabemos con certeza que ni siquiera un PP con 160 escaños hubiera podido gobernar de no sumar 176 con Vox, pero una parte de la derecha sigue instalada en la estéril melancolía del bipartidismo. Hay que volver a la realidad.
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