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Después de un mes bastante errático, en el que no siempre ha estado claro qué pretendía el partido más votado en las últimas elecciones, por fin, esta semana, Alberto Núñez Feijóo ha lanzado un mensaje claro y rotundo: el líder del PP se ha ... comprometido a defender la igualdad entre españoles y ha asegurado que no está dispuesto a llegar a la presidencia al precio de sacrificarla.
Es una promesa política ambiciosa, que, con toda certeza, no va a despertar pasiones electorales, pero que, sobre todo, resulta mucho más difícil de concretar de lo que parece. Hay materias evidentes: eliminar requisitos idiomáticos en el acceso a puestos de trabajo, pero otras muchas no son tan obvias: por ejemplo, en materia de reparto económico, inversiones e infraestructuras.
Por eso, la afirmación de Feijóo funciona, sobre todo, como una denuncia implícita: este Gobierno ha fomentado de forma muy marcada la desigualdad entre territorios. De modo similar, cuando le ofrece a Sánchez seis pactos de Estado a cambio de permitirle gobernar dos años, lo que se subraya es la ausencia de este tipo de política integradora en años previos. El líder del PP busca presentarse como adalid de «otra forma de hacer política».
Hasta aquí lo que podemos entender de la estrategia de Feijóo, porque la verdad es que hay aspectos que nos desconciertan. Y el principal es la naturaleza imposible de la oferta a Sánchez de esta semana. En nombre del sacrosanto derecho a gobernar de la lista más votada, Feijóo le ha pedido al presidente en funciones: 1. Que renuncie a gobernar, pese a que está convencido de que logrará los votos. 2. Que se aparte de las malas compañías del separatismo, y que vuelva al buen camino constitucional. 3. Derivado de esto, que sacrifique una estructura de apoyos territoriales que le ha dado buenos resultados hasta la fecha, y que promete seguir dándoselos. Y 4. Que firme seis pactos de Estado con un partido, el PP, con el que no quiere ponerse de acuerdo en nada. Reconozcamos que la oferta muy tentadora no es y que todas las ironías con las que el PSOE ha respondido están, en esta ocasión, justificadas. Ésta, de la portavoz del PSOE, Pilar Alegría, es mi favorita: «Ha intentado convencernos de derogar el sanchismo, pero le ha faltado persuasión».
Feijóo parece empeñado en blandir la bandera de la vieja política florentina –que no es seguro que existiera como tal nunca– en una época en la que la izquierda ha impuesto la lucha cruda por el poder. Y se empeña en ofrecer acuerdos a quien se ha instalado en la confrontación y la diferenciación.
El líder del PP parece convencido de que, al actuar así, se va a ganar el corazón de muchos votantes, pero no sé si está valorando adecuadamente el desconcierto que provoca en otros. La última campaña le funcionó al PP mientras fue a volandas del rechazo provocado por los modos y políticas del Gobierno, y naufragó cuando diluyó este mensaje con constantes llamamientos a pactos con el PSOE. En política es crucial la polaridad amigo/enemigo y no se puede lanzar el mensaje de que aquel al que quieres vencer es las dos cosas a la vez.
Ojalá me equivoque, pero Feijóo parece empeñado en repetir el mismo error, desconcertando a sus votantes, que no van a saber por qué deberían apoyarle si, al final, a lo que aspira es a un entendimiento con los socialistas. Los tiempos piden contundencia y claridad. Y, sí, también otros modos y otros estilos, pero no a costa de sacrificar la profunda corrección de rumbo que necesita el país.
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