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No está nada claro que Vox vaya a sacar rédito electoral de su moción de censura de la próxima semana. Pero tampoco es imposible que ocurra. Vocacionalmente insólita, por elegir como candidato a un independiente de prestigio, fue concebida para intentar romper los cepos mediáticos ... que intentan encapsular al partido de Santiago Abascal en el estrecho concepto de 'ultraderecha', y para abrir el debate político con marcos nuevos. Por supuesto, también para romper el muro de silencio que siempre amenaza al partido de los casi cuatro millones de votos.
La moción nació agonizante, eso no puede negarse. Y se desató contra ella una insólita campaña también desde una derecha mediática que recriminaba a Vox su empeño en hacerse oír en vez de camuflarse de grisura para permitir el crecimiento silenciosamente triunfal de Núñez Feijóo. Como en tantas ocasiones antes, la desmesura del rechazo era más reveladora que el objeto de su desprecio, aunque podemos entender en parte al PP.
Desde su punto de vista, la estrategia correcta es dejar que Sánchez se cueza en su propia salsa, escaldado por los beneficios penitenciarios del 'sólo sí es sí'; los desgarrones de la ruptura del movimiento feminista; las tensiones crecientes dentro de la coalición de gobierno; y el estupor causado por cada nueva ocurrencia de la parte más ostentosamente redentora de los socios del Gobierno. Pero también es comprensible que Santiago Abascal no quisiera resignarse a jugar a la chica. Por otra parte, la prudente inquietud que despierta la tendencia del presidente a resurgir, una y otra vez, de sus cenizas justifica ambas posiciones, si se piensa bien. Ya explicamos aquí en otra ocasión lo de Sánchez y su 'baraka', su talante afortunado.
Si fuera cierto, como tantas veces se ha dicho en las últimas semanas, que la moción es un balón de oxígeno para Sánchez, veríamos una cobertura generosa de los medios públicos. Pero parece más probable que se busque una moción de perfil bajo, para intentar que sea vista por el menor número de personas.
A medida que se acerca la fecha, parece cada vez más obvio, de hecho, que la elección de Ramón Tamames fue un acierto. Y que el profesor, a pesar de sus 89 años, está en una forma mental que ya quisieran para sí quienes intentan descalificarlo por su vejez. Vox quería dar a su moción una dimensión que rompiera con la rigidez del marco partidista y, salvo sorpresa, es posible que lo consiga. Escuchar a Tamames el martes será como si el espíritu de la Transición regresara, encarnado en uno de los muchos que la hicieron posible, para sacar los colores a la clase política adanista, arrogante y, a menudo, insensata de hoy.
¿Habrá resultados prácticos? No, si pensamos en términos de victoria aritmética o números. Pero la moción en sí misma es un triunfo de la democracia, especialmente si se exponen buenos argumentos y razones. Por eso resulta revelador tanto empeño en acallar una de las pocas iniciativas democráticas de nuestra historia reciente que va a permitir refrescar con aire externo las enrarecidas y estancadas estancias de nuestra democracia.
La insistencia de la prensa en realzar las diferencias entre Vox y su candidato no hacen sino realzar la singularidad de la iniciativa y el arrojo de sus promotores, que tienen poco que ganar. Si Tamames resulta tedioso, será culpa de Vox por presentarlo. Si, por el contrario, es vibrante y acertado, el mérito será del viejo profesor. Pero lo importante es que el viaje sirva, al menos, a los ciudadanos.
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