Mi padre nunca tuvo dinero, y hemos vivío siempre al día. Nos hemos criao en la era, jugando mañana y tarde, llenos de polvo y de arena. Y tengo esos recuerdos grabaitos en mi mente; andando por los caminos, beber agua de una fuente».
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Los ... versos anteriores los canta Israel Fernández en 'Soleá de mi casa', tema incluido en su reciente disco 'Pura sangre'. En este y otros, este excelente cantaor –al que hemos podido escuchar recientemente en Valladolid– desnuda su alma y nos la muestra recia, con cicatrices, pero orgullosa. Fruto de una vida a la intemperie, no necesariamente en el sentido literal, vivida en medio de carencias y dificultades de las que permiten ver de qué pasta está hecho cada cual. Porque, aunque busquemos el bienestar y procuremos evitar las espinas de la vida, son justamente éstas las que templan nuestro espíritu y revelan quiénes somos y lo que queremos. La vida que retrata 'Pura sangre' está marcada por vivencias sencillas, pero intensas, en la que los amigos y la familia son reconocidos como ingredientes fundamentales de un existir en el que su memoria resuena.
'Beber agua de una fuente' nos habla de una vida en la calle, pero también es una metáfora de las propias raíces, de aquello que nos constituye, de las relaciones que nos han permitido ser quienes somos, de quienes nos han educado para la vida, como buenamente han sabido… todo ello es más valioso para el hombre que el líquido para la sed. Israel Fernández, quizás sin pretenderlo, ha hecho en 'Pura sangre' una muy necesaria loa a la vida real y a la fuerza de los vínculos y la familia. Y a los deseos de justicia también: «Unos sin agua, otros borrachos; muchas iglesias, pocos rezando». Esa fuente en la que Israel bebe es asimismo la fuente de la tradición, pues su flamenco, aunque no limitado por la estricta ortodoxia, es austero y recio como debe. Y, por descontado, la fuente de la infancia, germen de tanto.
Sus canciones están salpicadas de referencia a vivencias sencillas, pero justamente ese tipo de vivencias son las que nos constituyen. Porque no siempre la verdad del propio existir discurre por los carriles principales, los pomposos, los de los 'grandes acontecimientos', sino que más bien se agazapa en los besos robados en esquinas humildes, o en tantas horas jugando a las tabas en alguna plaza, o en esas fuentes de sabor metálico cuya agua parecía ambrosía en medio de una solana veraniega.
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Experiencias como las que seguramente atesoran los vecinos de Torrescárcela en torno a su ermita. Un edificio del siglo XVIII gravemente dañado y que, como hemos sabido recientemente, quieren restaurar por sus propios medios. Para ello han puesto en marcha una campaña de micro mecenazgo, junto con Hispania Nostra, para obtener, durante las próximas cuatro semanas, los 30.000 euros que necesita la rehabilitación del templo.
La justificación de la iniciativa explica con claridad que no se trata sólo de recuperar un edificio valioso o bello, sino de preservar la propia memoria, las raíces y los lazos con la tierra. ¿Cuántos recuerdos, cuántas vivencias, no habrán tenido como escenario la ermita de Torrescárcela? Y ¿cuántos podrá acoger en el futuro si logra recuperar una necesaria dignidad?
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A veces, cuando defendemos paisajes, edificios o lugares en los que la gente convive y teje su historia personal no sólo protegemos el recuerdo, la nostalgia, sino, sobre todo, el futuro. Cuidamos la posibilidad de que mañana puedan surgir nuevas experiencias que, con el tiempo, serán otro recuerdo imborrable para alguien.
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