El escritor Fernando Sánchez Dragó. Rafa Francés
Fuera de campo

Dragó y la droga de vivir

Cada vez que se veía obligado a posponer nuestra entrevista yo le reclamaba, educadamente, una fecha, y él me respondía que no daba citas, que le gustaba que la vida le saliera al encuentro

Sábado, 15 de abril 2023, 00:10

Sólo he conversado con Fernando Sánchez Dragó dos veces en mi vida. La última, hace poco más de un mes, para que me contara la historia de uno de sus proyectos fallidos: llevar al cine la vida de Isabel la Católica, una propuesta del productor ... Samuel Bronston que finalmente no cuajó. Me encontré un hombre vital, mentalmente vigoroso y generoso. Y eso que la conversación tuvo que aplazarse un par de veces porque, desde nuestro contacto inicial, se cruzaron por el camino dos grandes eventos mediáticos: la moción de censura de Vox, en la que el escritor jugó un papel clave por su amistad con el candidato Tamames; y el Premio de las Letras de Castilla y León, que hoy parece una decisión no sólo justificada, sino inesperadamente oportuna.

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Cada vez que se veía obligado a posponer nuestra entrevista yo le reclamaba, educadamente, una fecha, y él me respondía que no daba citas, que le gustaba que la vida le saliera al encuentro. Temí que me estuviera evitando, pero no. El encuentro telefónico fue posible pocos días después. Más de 20 minutos de conversación en los que me atendió muy generosamente. Dragó era de la estirpe de los que viven el presente con intensidad. Y allí estábamos nosotros hablando con calor e interés de un proyecto de 20 años atrás y de un hombre, Samuel Bronston, que ninguno conocimos.

La otra vez que traté con Sánchez Dragó fue hace treinta años. Coincidimos en una mesa redonda sobre 'el problema de la droga', del que se hablaba mucho entonces. Recuerdo lo poco que le gustaba esa expresión –»no es la droga, son las drogas», decía– y también que defendía su legalización, como Antonio Escohotado, que triunfaba entonces con su monumental 'Historia general de las drogas'. Uno y otro habían caminado por el lado oscuro y habían regresado con vida, y defendían el derecho individual a poder tener tal experiencia.

Lo cierto, sin embargo, es que muchos otros no fueron, ni son, tan afortunados. Dragó y Escohotado eran seres fibrosos, con una fuerte determinación de vivir, y con armas personales y culturales que les ayudaron a sortear los principales peligros. Pero no todo el mundo tiene tales recursos.

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Entonces el problema se escenificaba en la figura del yonki, un ser humano degradado, habitualmente en los huesos, con brazos y piernas acribillados a pinchazos. Era una imagen terrible que ejercía de luz roja y advertencia.

Hoy, en cambio, pareciera que el de las toxicomanías fuera un problema resuelto, pese a que nos llegan abundantes indicios de lo contrario. Series como 'Elite' y 'Autodefensa' nos muestran a una juventud (de clase alta, la primera, y de clase media baja, la segunda) que no sabe vivir sin atontar su conciencia con pastillas. No representan a todos los jóvenes, desde luego, pero sí a más de los deseables. Las drogas son hoy el principal tratamiento contra la angustia y el vacío existencial, para quien puede pagarlas. Una forma de huida que sigue destruyendo vidas.

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Seguramente a Sánchez Dragó le apenaría ver que hoy se usan para matar la conciencia, más que para expandirla o ampliarla, como fue su objetivo y el de otros. Seguramente en más de una ocasión le explicó a alguno de esos jóvenes que la vida es un privilegio que hay que aprovechar despierto, no abotargado, y que no hay que huir de ella, sino plantarle cara y hacer algo con ella, crear. Intuyo que él la vivió así, de forma fogosa y torrencial, pero siempre vital y alegre. A quienes estamos en las antípodas de su forma excesiva de ser, nos recordaba que la vida es un regalo que hay que agradecer y paladear.

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