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La vida nos enseñó, hace ya demasiado tiempo, que las cosas con como son, y no como nos gustaría que fueran. Aprendimos que una aspiración, aquello que deseamos fervientemente, no siempre se traduce en una realidad palpable, y también que los políticos habitan en la ... irrealidad y se ganan el pan pudiendo prometer y prometiendo aquello que no está a su alcance conseguir. Los ciudadanos cada vez se cuestionan menos cosas, y, por ello, todo se reduce a un universo naif donde las ensoñaciones acaparan la llamada «agenda» por medio de narraciones que los llamados 'spin doctor' denominan «relato» y los más cursis 'storytelling'. Habrá que recurrir, por tanto, a León Felipe: «Yo no sé muchas cosas es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos».
La realidad palmaria indica que el precio de la electricidad ha paralizado una planta de Sidenor, a la que se unen Fertiberia, Ferroatlántica y Asturiana de Zinc. Y seguirán otras si la factura energética continúa por los derroteros actuales. Hablamos de «el precio de la luz», y ponemos el interesado foco en los particulares, sin atisbar que el problema estriba en «el precio de la electricidad» y en el mundo industrial, donde todo será más caro. Los fabricantes ven encarecerse sus costes de producción, las empresas pagan más por su iluminación, sus cocinas, las cámaras frigoríficas y los transportes en frío de productos alimenticios. De repente, la vida va en serio, y todo sube a la par que los cuentos bienintencionados del Gobierno y sus adláteres. Los afectados somos todos, más allá de las ideologías. Es la dura realidad que se da de bruces con los relatos de que pagaremos lo mismo que en 2018 y otras ensoñaciones destinadas a votantes desavisados.
Y lo mismo ocurre en otros ámbitos como el aceite de oliva que ha subido un 25,6%. Lo evidente de las cosas nos indica, por ejemplo, que la obligación de edificar un 30% de pisos sociales aleja a los inversores, habida cuenta de que el porcentaje de viviendas protegidas reduce el margen de beneficio de los constructores que son, no nos engañemos, quienes tienen la sartén por el mango y el mango, también. Así las cosas, las campanudas propuestas sobre el acceso a la vivienda de «la parte más social» del Ejecutivo, hacen agua frente a la tozuda e inextricable realidad.
La escasez de materias primas, el cierre de empresas derivado de la pandemia y el hecho incontrovertible de que la demanda se haya disparado de manera insólita, son factores que actúan sobre la cadena de suministro, lo que unido a una crisis sin precedentes del transporte a nivel mundial y la falta dramática de contenedores, hacen que los elementos más entrañables y típicos de la Navidad se vean afectados por el coste de fabricación y, por consiguiente, van a faltar juguetes y los pagamos más caros. Unan a esto la falta de microchips y tendrán la tormenta perfecta de cara a las próximas fiestas.
Y no pierdan de vista la decisión que reduce a 1.500 euros la aportación desgravable a los planes de pensiones. Si no se incentiva el ahorro de cara a la jubilación, y el sistema actual da síntomas claros de agotamiento, los resultados de esta política dictada a golpe de impulsos, serán más que previsibles. Son ejemplos de la vida real, esa que discurre por un camino propio. Por ello tenemos presente que nos han dormido con todos los cuentos y, a estas alturas, sabemos ya todos los cuentos. Demasiados.
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