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«Dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen. Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían»Ya tenemos los dos pies en el 2021. Con todo lo malo que pueda llegar a ser. Pero con la esperanza de poder quitarnos en algún momento la mascarilla, y de poder volver a abrazarnos. Arruinados pero vivos. Los que quedemos aún en pie. La ... esperanza en una vida nueva, por un momento, antes que la inercia y la inepcia de la soledad, el abandono y la barbarie disfrazada de modernidad. «Lo peor sólo dura el momento de decir: esto es lo peor«, decía William Shakespeare por boca del rey Lear para consolarse.
Como hombres tecnológicos que somos, la Navidad más triste de nuestra memoria RAM ya ha dejado paso a un año abierto al optimismo. Vida nueva a la fuerza. Un optimismo que empezó la misma noche del tránsito, en la que las fiestas se prolongaron, por decreto, hasta el final del toque de queda. Si las autoridades españolas hubieran hecho uso, como las chinas, de los localizadores de nuestros teléfonos móviles, se habrían asustado de lo allegados que han resultado ser algunos centenares de miles de allegados a la hora de intercambiar sus besos y sus virus después de las campanadas.
Y todo en una noche en la que hemos sido conscientes de que la máxima autoridad sanitaria del país, en connivencia con el año saliente, había pasado ya a mejor vida. Vida nueva la de Salvador Illa en Cataluña donde, por cierto, la peste no ha dejado en pie a uno solo de los candidatos de las anteriores elecciones. Y todo sin llegar a saber si Sánchez se lo ha quitado de encima, por la sombra de su pálida tristeza, tan popular, o si la ambición sin límites del Presidente le lleva también a querer reinar sin tasa en los viejos condados, sobre los restos de la devastación. Lo iremos viendo.
Vida nueva, y sin duda peor, también para los ingleses, que tienen ya en Stanley, el propio padre de Boris Johnson, al paladín de los que no renuncian a que la pérfida Albión salga un día de su enajenamiento y regrese a esa Europa que, en gran parte, es invento suyo. Las fronteras del fracaso frente a un nuevo modo de comerciar con la miseria a los dos lados del Canal de la Mancha. Y el amigo americano, que no renuncia a morir matando con nuevos aranceles para la nueva Unión. Los coletazos de la bestia.
Vida nueva que a veces se parece mucho a vidas viejas. O muy viejas. Como si el tiempo se hubiera vuelto loco. Corazones con freno y marcha atrás, como el de Jardiel Poncela, cada vez que encendemos la televisión y nos encontramos con escenas retocadas y coloreadas del NODO, con ancianas que reciben su vacuna contra la covid en lugar de niños que toman su azucarillo contra la polio. La misma aceptación mansa de la propaganda del régimen. Sobre la oscuridad de la tragedia, las voces jocundas de los reporteros instando a los pinchados a que manifiesten públicamente su fe en el milagro de la ciencia. Todo para el pueblo.
Vida nueva, al fin, con menos libertad y con menos dinero en el bolsillo. Con esperanza pero también con cansancio. «Dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen. Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían», escribió el gran Jaime Sabines. A eso le llamamos renacer. Menos da una piedra.
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