La vida detenida
Dados Rodando ·
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«La realidad entró bruscamente en tu vida en cuestión de horas, condenándote a un arresto domiciliario que no se había producido jamás»Nunca habías vivido nada igual. Hasta hace unos días parecía que la crisis del coronavirus estaba lejos, en otro continente, en otros países; también creías que la cosa no era para tanto porque se trataba de «una especie de gripe» que solo afectaba a los ... mayores. La realidad entró bruscamente en tu vida en cuestión de horas, condenándote a un arresto domiciliario que no se había producido jamás. Vives, ya lo estás experimentando, bajo un toque de queda permanente que durará más de lo que nos han dicho. De repente, la cotidianidad ha saltado por los aires. Ya no hay agendas, ni reuniones. Las empresas se han hibernado a la fuerza y todas tus rutinas se han evaporado bruscamente.
Hace muy poco celebrábamos con un brindis la llegada de este 2020 que se ha convertido -¿quién lo iba a decir?- en el año de la peste. En esa Nochevieja, que ya parece tan lejana, nos abrazábamos y los besos corrían parejos a la ilusión colectiva porque todo fuera estupendo al doblar el cabo del nuevo año. Hoy no podemos tocarnos, ni visitar a nuestros padres ni reunirnos con la familia por el Día del Padre, porque sabemos que no es prudente. Se trata de puro sentido común, un doloroso ejercicio de civismo y solidaridad que nos condena a no salir a la calle más allá de lo estrictamente imprescindible. La vida se ha detenido en este mes de marzo mientras nos preguntamos cuánto va a prolongarse este enclaustramiento forzoso que se revela como la única manera de conjurar la crisis.
El mundo se ha confinado al reducto limitado de tu hogar, que puede no ser muy amplio y en el que habitan, quizá, niños pequeños o parientes que condicionan la intimidad del día a día. De esta clausura es probable que surjan ceses de convivencia, crisis de pareja o una unión con los seres queridos que se convierta en indestructible. El único principio que gobierna nuestras vidas es el de incertidumbre. Mucha gente se ha lanzado a los supermercados impulsada por el recuerdo atávico del racionamiento, el mismo que ha llevado a arrasar las secciones de alimentación y las existencias de papel higiénico. Somos un país contradictorio, capaz de pelearnos por unas pechugas de pollo y salir después a aplaudir a los héroes de la sanidad publica y privada, que en esto no cabe hacer distinciones.
La desgracia se evidencia en la situación de los autónomos, de los pequeños empresarios, de los trabajadores que ven peligrar su situación laboral. Hay sectores que quedarán arrasados por este parón sin precedentes de actividad y que tardarán mucho tiempo en recuperarse. El de los servicios vive un drama inusitado y los ERES y ERTES están a la orden del día sin que los afectados puedan acudir físicamente a una oficina de empleo a solicitar las prestaciones. No acabábamos de recuperarnos de la crisis negra de 2008 y aquí estamos otra vez presenciando como la escasa alegría de estos ultimo años desaparece por mor de un virus que vimos nacer en China mientras nos comíamos las doce uvas soplando un matasuegras.
Nos queda, una vez más, la solidaridad, y afortunadamente no hemos perdido el sentido del humor. Los «memes» de whapsapp afloran una sonrisa a nuestro rostro como una forma de resistencia en medio del miedo por el futuro. También esto pasará, sin duda, pero el dolor está ahí para recordarnos lo puñeteramente frágiles que somos mientras nos lavamos una y otra vez las manos cuando nos creíamos prácticamente invulnerables.
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