El pasado 15 de agosto, todos los riosecanos sentimos que una parte de nosotros se iba con el cierre del restaurante Casa Manolo. Tras trece años sirviendo la mejor cocina casera del municipio, Manolo y Juani, sus dueños, han decidido echar el cierre definitivo ... por falta de relevo generacional. Tristemente, no se trata del primero ni del último. Desde 2015, el número de establecimientos dedicados a la hostelería en Medina de Rioseco se ha visto reducido en un 30%, lo que, inevitablemente, provoca un efecto de arrastre sobre toda la cadena de proveedores, distribuidores, puestos de trabajo, vida social de los vecinos de la zona y visitantes. Se trata de un problema que traspasa fronteras y es común en prácticamente todas las localidades de España.
La vocación de ser hostelero está en peligro de extinción y la falta de profesionales comienza a convertirse en una crisis cronificada en nuestro país. Nos encontramos ante un problema estructural que lleva años gestándose –en los últimos cuatro años, el sector ha perdido 40.000 empleados– y del que, lamentablemente, solo parece que nos acordamos en temporada alta de verano, momento en el que la burbuja tiende a explotar, pues el 50% de los empleos ofertados durante el periodo estival quedan desiertos.
Lo cierto es que hay una realidad que cada día se hace más evidente y es que las condiciones laborales de la hostelería chocan con las prioridades vitales de nuestros jóvenes. Las nuevas generaciones trabajan para vivir y las largas jornadas, el trabajo en festivos y fines de semana, el estrés o la falta de planes de carrera, les alejan cada vez más del sector. La situación es alarmante y requiere de una acción urgente, pues el buen futuro de la hostelería y el turismo es crucial para el buen progreso de la economía. ¿Cómo atajar el problema? ¿Qué mecanismos activar para salvar a la hostelería? Las acciones pueden ser múltiples y las que a continuación enumeraré no son las únicas, por supuesto, pero posiblemente sí que sean las que más apremia poner en marcha.
En primer lugar, es preciso acabar con la errónea creencia de que para ser camarero no hace falta formarse. El 70% de los empleados del sector carecen de formación específica y la profesionalización a través de formación, ya sea mediante inversión pública o privada, podrá permitir poner en valor esta profesión desde la especialización. Ahora bien, en este caso, la formación no lo es todo, pues incluso los datos nos indican que 7 de cada 10 camareros y cocineros titulados terminan renunciando a su trabajo. Es por ello por lo que el siguiente aspecto a abordar de forma imperiosa es cómo hacer de la hostelería un sector atractivo. Afrontarlo pasa necesariamente por mejorar las prácticas en gestión del personal y aplicar condiciones acordes a los tiempos que vivimos.
No solo se trata de revisar los salarios. Se trata también de establecer turnos que permitan conciliar la vida profesional y personal (es una de las profesiones en las que más difícil resulta hacerlo, solo por delante de la pesca y el transporte); de implementar incentivos económicos y personales que reconozcan el rendimiento y ayuden al bienestar de sus empleados; de fomentar espacios de trabajo amables y seguros, con posibilidades de crecimiento y de desarrollo profesional o de garantizar la contratación indefinida para aportar estabilidad y proyección laboral a largo plazo (1 de cada 4 contratos de trabajo para la prestación de servicios fijos discontinuos se producen en la hostelería).
Otras opciones también pueden ir orientadas en fomentar el relevo generacional a través de bonificaciones fiscales para la transmisión de negocios de hostelería y facilitando el acceso a créditos para que los jóvenes puedan modernizar los negocios heredados. Igualmente, sería altamente beneficioso incentivar la movilidad de empleados jóvenes del sector entre Comunidades Autónomas, con ayudas a la estancia y vivienda, lo que permitirá compartir buenas prácticas, adquirir nuevos conocimientos y ampliar las perspectivas laborales en diferentes zonas turísticas.
No podemos continuar ignorando la calidad de vida de los empleados de la hostelería, un sector que emplea a más de 1,5 millones de personas en España y representa cerca del 8% del empleo total. Con más de 300.000 establecimientos en todo el país, la hostelería genera un volumen de negocio cercano a los 123.000 millones de euros anuales, una cifra que evidencia su importancia para nuestra economía. Habremos logrado que la situación se revierta cuando el propio hostelero divulgue su profesión con orgullo y compromiso, fomente la vocación y ejerza de prescriptor de su oficio, contribuyendo así a cambiar la percepción negativa que actualmente predomina.
Está en juego el futuro de la hostelería la cual, además de ser motor económico, es también parte fundamental de nuestro patrimonio cultural, de nuestras tradiciones sociales, de nuestra identidad como país y de nuestra gastronomía. Garantizar ese futuro requiere de soluciones inminentes y largoplacistas. No estamos ante una tarea exclusiva de los empresarios o los trabajadores del sector; es una responsabilidad compartida entre todos los actores implicados, entre los que también está la Cámara de Comercio de Valladolid.
Abordemos ahora el problema. El alma de nuestras ciudades son sus bares y restaurantes y no podemos permitirnos olvidar esta situación hasta el próximo verano.
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