Máximas históricas en Valladolid desde los tiempos de Zorrilla y más allá. Y no hay consuelo que valga. Los aparatos de aire acondicionado parece que se derritieran ante nuestros ojos, como los relojes blandos de Dalí. Y Bruselas insiste: hay que ajustar la temperatura a ... 25 grados. Ni uno menos. El límite del desasosiego. Los dioses se vengan de nuestra codicia enviándonos la plaga incendiaria del cambio climático. Y los rusos nos dan la puntilla cortándole el suministro a Europa. Habrá que volver a las cavernas. O a las bodegas. De nuevo, en regresión.

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Y cuanto más arde España, más parece que se refrigera su Gobierno. En su resiliencia a prueba de bombas, al fin se ha decidido a emplear las armas químicas. Impuestos publicitarios con grandes titulares para bancos y empresas energéticas. Euros que nunca llegarán al bolsillo de los ciudadanos, porque antes de olerlos ya se los habrá comido la inflación. Ecuaciones sobre el equilibrio entre los ingresos por la subida de los tipos de interés y las pérdidas por las tasas. Capitalismo socialista: nuevo material académico para la Escuela de Frankfurt, donde nunca se acaba de aprender. Pero los pobres, cada día más pobres. Aún por debajo de una clase media definitivamente esquilmada, que se va de vacaciones con lo puesto porque sabe que a la vuelta es muy posible que le toque bajar en el escalafón.

Y también impuestos ideológicos, que esos sí que alcanzan urbi et orbe. Esta vez a costa de la Transición. Al final, la historia, en almoneda. La democracia, en almoneda. El propio papel facilitador de socialistas y comunistas, también en almoneda. De no tener Marruecos, no sé adónde se habría podido ir a pasar más bochorno el presidente González. Eso tenía Adán, que pensaba que todo lo anterior a él era caos y nada más que caos. Hasta que llegó el ángel con la espada de fuego y le indicó el camino de salida. Todo es grave, sin duda, en esta ceremonia de la confusión. Duro es perder en nuestro diccionario político y ético, sea por negligencia o por mal uso, o por pura corrupción, dos palabras tan fundamentales como son memoria y democracia.

Pero más duro aún es ver cómo se pervierte, a fuerza de trampantojos, una palabra tan humana, y al tiempo tan sagrada, como la palabra víctima. Víctimas del franquismo, víctimas del terrorismo, víctimas de la Transición… A ver quién puede más. Pronto oiremos hablar también de víctimas de la democracia. Todo dependerá de la aritmética parlamentaria. Y los victimarios, en todo caso, tomando decisiones últimas sobre la propia definición del término: el colmo del despropósito.

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Con tanto trabucar, no es de extrañar que al final ninguno esté contento. Ni siquiera los propios promotores de la ley, en cuyas filas hay tantos que piensan que no se llega como que creen que la cosa se pasa siete pueblos. Leña y más leña al fuego en pleno fuego estival. Algo que nos hace víctimas a todos, al menos en la primera definición que nos ofrece el diccionario: «Persona o animal destinado al sacrificio». O en la segunda: «Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra». Una verdadera falta de respeto a los asesinados, los torturados, los humillados y los ofendidos… que no estén en la lista oficial.

Queda, en todo caso, entre tales ardores, el consuelo de ese estudio de la revista 'The Lancet' que habla de los beneficios del consumo (moderado) de alcohol para los mayores de cuarenta años. Ya sabemos: a falta de ventiladores o puertas giratorias, un gin-tonic tras la caída del sol. Y cuando llegue el frío, con sus restricciones energéticas, una copita (y media) de Ribera del Duero antes de acostarse. Mano de santo contra la incuria.

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