El horror, el horror

La periodista insiste y le habla de las víctimas civiles, de los miles de muertos palestinos, de las mujeres y niños que caen cada día. La respuesta del soldado López es demoledora: «Ahí no hay inocentes». Él solo desea que termine cuanto antes con una derrota aplastante y «que no quede nadie». ¡Que no quede nadie!, ese es el discurso del ejército israelí asumido por todos los soldados.

Con un pase de magia desconcertante y terrible, inmediatamente después de la entrevista al soldado López nos cuentan la historia de Hind Rajab, una niña palestina de seis años que intentaba huir del norte de Gaza con sus tíos y sus primos. Por el camino, el ejército israelí les atacó. Solo sobrevivieron Hind Rajab y una de sus primas. Fue esta última la que se puso en contacto con los servicios de emergencia solicitando ayuda. El ruido de los disparos apenas permitía oír su voz y la comunicación acabó cortándose. Cuando la Media Luna Roja contactó de nuevo, ya solo quedaba con vida Hind Rajab que, entre sollozos, comentó que tenía mucho miedo y suplicó que fueran a rescatarla cuanto antes. Hablaron con ella durante horas intentando tranquilizarla mientras los disparos alrededor no cesaban. Le dijeron que no podían acceder a esa zona, pero que irían en cuanto pudieran (para que una ambulancia pueda moverse por territorio con fuego cruzado necesitan la autorización expresa del ejército israelí, algo que puede demorarse muuuucho tiempo). Desconocemos cuánto aguantó la niña. Lo único que sabemos es que doce días más tarde la hallaron muerta dentro del coche. También encontraron los cadáveres de los dos sanitarios que habían ido a rescatarla. La Media Luna Roja informó de que «a pesar de la coordinación previa para permitir que la ambulancia llegara al lugar para rescatar a Hind, la ocupación israelí apuntó deliberadamente al equipo de rescate». La ejecución de la niña Hind Rajab, de su familia y de la tripulación de la Media Luna Roja es un crimen de guerra.

Ella es uno más de los 12.000 niños que han sido asesinados, de los más de 30.000 palestinos que han muerto. «El horror, el horror», exclamaba Kurtz antes de morir mientras Jim Morrison cantaba aquello de «this is the end» entremezclándose su voz con los truenos, los rayos y la lluvia. La constatación del horror en el mundo, el descenso a los infiernos, el espejo que Coppola nos pone delante para vernos reflejados en él y comprender, para nuestra vergüenza, que el monstruo es el hombre. Sabemos que los terroristas de Hamas son escoria. Eso lo sabemos todos. Es difícil aceptar, en cambio, que un régimen democrático sea capaz de una atrocidad como la que está perpetrando en Gaza. También resulta difícil de aceptar el ver casi todos los días a españolitos, muy cristianos ellos, justificando en programas de máxima audiencia el genocidio. A todos ellos les pondría durante el resto de sus días la foto de Hind Rajab en su mesilla de noche.