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Federico García Lorca desembarcó en Nueva York en 1929. Aquel fatídico año había comenzado con los pactos de Letrán entre el Vaticano y Mussolini. Conforme a ellos, y como pago por el reconocimiento del Estado Vaticano, el dictador italiano solicitó a los católicos que apoyaran ... el fascismo y el mismo Pío XI bendijo los cañones italianos que partieron para la guerra contra Abisinia. No contento con ello, el papa llegó a felicitar al mariscal Rodolfo Graziani (conocido como el Carnicero de Etiopía) por sus triunfos en el campo de batalla. Poco después, Pio XI, al que el cardenal Faulhaber bautizó como «el mejor amigo de los nazis», acabaría firmando un concordato con la Alemania de Hitler. Todo aquello le revolvía las tripas a Lorca. Recién llegado a Nueva York, y con el choque que le produjo la Gran Manzana, ciudad del capitalismo por excelencia, espejo de un mundo vendido al dinero, al poder militar y a la ambición de buitres y tiburones, Federico acabó por escribir el poemario más memorable de todo el siglo XX. En 'Poeta en Nueva York' Lorca despliega todo un grito de horror y de denuncia contra el capitalismo, la industrialización, la sociedad moderna, la injusticia, la alineación del ser humano y la discriminación sexual y racial. Entre esos gritos de horror destaca sobremanera uno de los poemas, 'Grito hacia Roma', escrito precisamente a raíz de los pactos de Letrán en los que el papa daba carta blanca al fascismo. Este grito, convertido en el más significativo de la poesía española, lo lanzó Federico desde la torre del Chrysler Building, el rascacielos más alto de Nueva York en aquel momento, verdadero símbolo del capitalismo, de la opresión del hombre, auténtica torre del horror donde luchan las sierpes del hambre, y que acaba convirtiéndose en la serpiente bíblica que conducirá a la humanidad a la perdición. Desde allí, desde lo más alto, Lorca maldice al papa de Roma por haberse vendido al dinero, a las armas, a los mundos enemigos, a los amores cubiertos de gusanos, a la almendra de fuego, a los peces de arsénico como tiburones. Federico grita y reclama amor, el amor que ya no existe en un hombre vestido de blanco que ha dejado de repartir el pan y el vino, en alguien que ya solo da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
El mundo convertido en una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera, en un triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas, en un lugar oscuro donde un millón de herreros forjan cadenas para los niños que van a venir, donde un millón de carpinteros hacen ataúdes sin cruz, donde un gentío de lamentos se abren las ropas en espera de la bala. Ya sólo queda gritar frente a las cúpulas hasta que las ciudades tiemblen como niñas, gritar para disolver sus anillos y sus teléfonos de diamante y que nos devuelvan el pan nuestro de cada día. Uno sospecha que, con los últimos resultados de las elecciones europeas, Lorca lanzaría un grito parecido. Los partidos de extrema derecha se han convertido en la fuerza más votada, con algo más del 20% de los votos por delante de los socialdemócratas. Ya son la primera fuerza en Italia, Francia, Hungría, Bélgica, Austria y Polonia, y la segunda en Alemania y Países Bajos. Los medios de comunicación les blanquean y hablan incluso de una extrema derecha buena y una extrema derecha mala mientras ellos con una propaganda gigantesca y millonaria, con cuentas bots y financiando bulos, asaltan los palacios de invierno.
Federico ya señaló que con el fascismo no se puede pactar. Nos indicó que el monstruo que se estaba engordando acabaría por comerse al mundo entero. Y eso fue lo que pasó. Con toda seguridad y después de ver que tantos millones de europeos han votado a unos partidos populistas, homófobos, racistas, negacionistas, propagadores de bulos y de odio, Federico se volvería corriendo a su tumba. Si la pudiera encontrar, claro.
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