A los diez años se escapó de su casa y se enroló como grumete en un barco. Su padre lo encontró poco antes de que el barco zarpase y lo llevó de vuelta a casa. Allí le dio una buena paliza en presencia de toda ... la familia y le hizo prometer que no viajaría más que en sueños. Acababa de nacer el escritor de los Viajes Extraordinarios, alguien obligado a soñar lo que no podía vivir. No sólo es uno de los padres de la ciencia ficción; es también el segundo escritor más traducido en el mundo y uno de los autores cuyas novelas han tenido mayor influencia en el surrealismo y, en general, en la literatura vanguardista. Pero, por encima de todo, es un mago, un hechicero, un chamán. Alguien que forma parte de nuestra memoria sentimental y libresca. Una mente fabulosa que nos ha regalado un buen puñado de historias capaces de sumergirnos en mundos mágicos. Muchos ven a Julio Verne como un visionario capaz de predecir con alucinante precisión inventos y hallazgos científicos de todo tipo. La lista es interminable: el helicóptero, las naves espaciales, los grandes transatlánticos, el ascensor, las muñecas parlantes, internet, los motores eléctricos, los sumergibles, las ciudades con luz eléctrica, el fax, los coches con motores de explosión, el metro, etc. También anticipó eventos históricos y futuros descubrimientos como la conquista de los polos, el descubrimiento de las fuentes del Nilo o el viaje a la Luna. Sus últimas novelas, tras el atentado que le dejó cojo y las muertes de su madre y de su editor, fueron volviéndose más sombrías y pesimistas y en ellas presagió la llegada de gobiernos totalitarios como el nazi, el lanzamiento de satélites artificiales, el surgimiento de una sociedad industrial militarizada o la forma en la que los científicos cierran los ojos a las consecuencias de sus inventos, en especial cuando crean terribles armas de destrucción. Todas estas increíbles anticipaciones han hecho pensar a muchos que Verne pudo jugar con las cartas marcadas. Se dice que perteneció a un grupo oculto conocido como la Sociedad de la Niebla y que en él pudo haber tenido acceso a cierta información privilegiada. La realidad es que Verne fue un novelista con una imaginación desbordante que documentaba sus historias con una rigurosa investigación científica. Y él nos enseñó que todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad. Con él nos subimos a la isla de hélice para navegar entre archipiélagos y archipiélagos por el océano Pacífico, desciframos un criptograma que nos llevó al centro de la tierra, nos subimos al Albatros de Robur el Conquistador, nos apuntamos a una escuela de robinsones, nos montamos en el globo aerostático del doctor Samuel Ferguson para atravesar el continente africano, viajamos a las tierras ignotas del Polo Norte con el capitán Hatteras, surcamos los mares en el Nautilus del capitán Nemo, dimos la vuelta al mundo en 80 días, descubrimos los secretos de la isla misteriosa junto a Cyrus Smith, atravesamos Siberia con Miguel Strogoff, nos subimos a la jangada para cruzar el Amazonas, de alguna forma nos volvimos vampiros en el castillo de los Cárpatos y cien años antes de que el hombre llegara a la luna lo hicimos nosotros con Verne. Historias y más historias que han excitado la imaginación de millones de lectores durante más de un siglo. Con Julio Verne aprendimos que la fábula es infinita. Dicen que un Verne de 77 años, que ocupaba un puesto de consejero municipal en Amiens, le dijo un lluvioso día de marzo de 1905 a su ayudante: «Hoy no te diré hasta mañana. Solamente adiós». Fue extraño porque nunca se despedía así. Verne murió esa misma noche, así que no resulta desdeñable pensar que aquel que profetizó tantas cosas también intuyó su propia muerte. Ahora nos dicen que en 2025 hará 120 años de su fallecimiento. No pueden estar más equivocados. Julio Verne es inmortal. Mientras dentro de nosotros vivan Philias Fogg, Robur, Cyrus Smith, Miguel Strogoff o el capitán Nemo él nunca morirá.

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