![Vestigios de un progreso sin alma](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202201/08/media/cortadas/viana-kzp-U160475967697bZH-1248x770@El%20Norte.jpg)
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H asta el seis de febrero de este nuevo año puede verse en las salas del Museo Patio Herreriano una interesante exposición de Ricardo González sobre la desaparecida línea de ferrocarril titulada 'Valladolid-Ariza y la fotografía de obras públicas en el siglo XIX'. Dejemos ... a un lado la segunda parte del enunciado, así como los materiales exhibidos que documentan el inicio de los grandes y ambiciosos proyectos llevados a cabo por el Estado en esa época. Llama más la atención la parte de la muestra que nos ofrece testimonios recientes en torno a la situación actual de la línea de ferrocarril en cuestión.
Según se dice en el folleto explicativo de la exposición, este recorrido en imágenes por los paisajes desolados del abandono constituye la crónica de un cierto fracaso: «Una evidencia de las no siempre prósperas consecuencias de una idea de progreso que produce notables desequilibrios en las sociedades de nuestro tiempo». Como –más que probablemente– está sucediendo también ahora. Y de ahí que resulte tan recomendable visitar las fotografías expuestas, que –paso a paso– siguen rigurosamente el itinerario de la antigua vía férrea, mostrando el estado nada consolador de un trazado que atravesaba los campos como una rutilante bandera de progreso.
El visitante podrá contemplar, como en una película que pasara ante nuestros ojos sobre el fondo ininterrumpido de unos cielos plomizos, la sucesión de visiones desalentadoras hasta el infinito: vías por donde no transita nadie y que las malas yerbas invaden; silos que semejan fantasmales catedrales en medio del campo; estaciones en ruinas que se mantienen penosamente en pie como un monumento al vacío; solitarios depósitos huecos de líquidos que cesaron de ser necesarios; yermos horizontes sin esperanza ni límites; un agujero del destino; el panorama devastado de la España despoblada. Va para cuarenta años que se suspendió el tráfico de la línea Valladolid-Ariza.
El gobierno de entonces decidió que se clausuraran todas las conexiones ferroviarias que no parecían viables desde un punto de vista económico. Peliagudo dilema: por un lado, se empezaba a promover el ferrocarril de alta velocidad, con sus carísimas 'aves', que –ya en la década de los 90– despegarían lenta pero inexorablemente el vuelo; y, por otro, se suspendía el funcionamiento de un montón de modestos trenes, los cuales –en tiempos– habían ayudado a paliar el desamparo de un territorio que, todavía hoy, continúa despoblándose. Como si, para compensar esa inversión «en modernidad» que se estaba planificando hacer, fuera indispensable ahorrar desarticulando la red viaria que los gobiernos de hace un siglo habían presentado –justamente– como el culmen del desarrollo.
Da la sensación de que «lo moderno» en los ochenta no era, ya, llevar el progreso en forma de tren a rincones remotos donde tejer nuevos negocios con la explotación de la tierra y –por ejemplo– las minas, sino centrarse en facilitar la comunicación más veloz posible entre los principales núcleos urbanos. Se identificaba al campo con un pasado que debía dejarse atrás cuanto antes; con el atraso de una España descolgada del mundo. Y se apoyaba un modelo exclusivamente urbano de modernización y de progreso. En esa apertura hacia fuera y de europeización exprés del país, este avanzó –sin duda– en muchos aspectos, durante un breve periodo y de manera casi sorprendente. Pero eso conllevó que, en una dimensión interna, la nación volviera la espalda a una porción importante de sí misma.
La exposición de Ricardo González –comentada al principio– refleja bien esas dos caras del progreso, el anverso y el reverso. La decepción de una promesa de cambio y mejora que terminó en desierto. Por estas vías y puentes donde –ahora– nadie pasa, pretendió avanzar un futuro que a todos beneficiaría. No ocurrió exactamente así. Medio país fue sacrificado en favor del otro medio. Valladolid-Ariza, la línea que anunciaba la llegada de la prosperidad, fue condenada a morir –con los sueños e ideales que había despertado–, el uno de enero de 1985. S0lo restan de aquello los tristes vestigios de un espejismo de modernidad, de un progreso sin alma.
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