Reconozco que la rebequita nunca me sobra y mucho menos al enfrentarme a la quinta estación vallisoletana. Bien podríamos bautizarla como veranolid. Discurre a caballo entre el rigor estival de la capital adaluza y el frescor de valles y serranías de la geografía española. ... Si a esta peculiaridad mesetaria añadimos el clásico verano atípico, la chaqueta de punto aguardará en el fondo del armario a favor de un fino abrigo de paño que incluso podríamos acompañar con un fular. Ande yo caliente...

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El contraste meteorológico se aprecia en las crónicas televisivas. Un mismo telediario nos muestra el crisol de temperaturas. En la costa malagueña, el reportero ha de lidiar con un sol de justicia para contar que las playas del Mediterráneo dispondrán este año de drones para controlar el aforo. A 800 metros de altitud, una periodista con abrigo de lana explica el pico de incidencia en Burgos con una imagen más propia del otoño que de un mes de julio.

Siempre he pensado que la disposición geográfica de la provincia de Valladolid no es un privilegio cuando hablamos del clima. La nieve se queda en los alrededores, pero el frescor se cuela en el valle para despejar cuerpo y mente. Aquí no hay medias tintas ni paños calientes. O frío o calor. No hay estaciones puente que te preparan el cuerpo para la próxima parada, aunque este año nos haya sorprendido con un veranolid de chaqueta y echarpe.

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