Esto que llamamos 'ola de calor' es solamente un pequeño soplo de aire tibio comparado con los veranos de nuestra infancia. Podrán decir lo que quieran, podrán sacarme la serie histórica que deseen e incluso pueden llevarme delante de una convención entera de meteorólogos, ... pero la verdad es que yo no he vuelto a pasar el calor que pasé en mi pueblo en los ochenta, se pongan como se pongan. Dicen los que saben que, en realidad, el calor era el mismo, pero que ahora lo pasamos dentro de casa, con las persianas bajadas y el aire acondicionado a pleno rendimiento y antes lo pasábamos esprintando en una bici a cuarenta grados a las cuatro de la tarde en los caminos polvorientos de Tierra de Campos. Es posible, puede que todo se limite a eso: ahora pasamos los picos de calor trabajando como unos pringados, y antes éramos héroes emulando a Perico con aquella BH roja y destartalada.
Publicidad
Desde luego, en mi caso, no recuerdo haber pasado tanto calor como entonces. Es cierto que no había ninguna preocupación con la temperatura, pero ninguna en absoluto, nos daba exactamente igual. Nadie nos decía que evitáramos las horas centrales del día ni nada parecido. Y me temo que si llego a decir a mi tía que me quedaba en casa para evitar la radiación de la canícula del Ferragosto, lo mismo me habría ganado un par de capones, por pesado. Aunque, en realidad, no es que no nos dijeran nada de la temperatura: en realidad nadie nos decía nada de casi ningún tema. Y si no había precauciones con el calor, del tétanos ni hablamos. Ni de los desconocidos, ni de esa amable camada de perros-lobos ni tampoco de lo de mangar la carabina a mi tío para pegar perdigonazos a diestro y siniestro. Visto desde la perspectiva del año 2024, un niño castellano en los años ochenta era una mezcla entre un miembro de una banda paramilitar de Ciudad Juárez, un plusmarquista mundial del récord de la hora y un ludópata enganchado a todos los juegos de naipes posibles. Bueno, y también un pastor, que yo iba a arrear un rebaño de vacas frisonas todas las tardes armado con un palo y una actitud que ni el de 'Uno de los nuestros'. Y éramos también un poco 'riders', ya saben, que si «vete a casa de no sé quién y le pides no sé qué», que si «acércate a la bodega del tío y que te diga cuantos somos para cenar», etc. Pero lo peor era cuando te pedían cosas que no es solo que no supieras dónde estaban, sino que ni si quiera sabías lo que eran. Mi tío era como un libro de Delibes, con un léxico del campo castellano que ya le gustaría a Joaquín Diaz. «A ver, José, majo, mira, junto a la artesa hay una cincha de jineta para lo de la galloga del dujo», que yo me quedaba pensando y cogía una cosa al azar e iba tapándome la cabeza a su encuentro. Y que fuera lo que Dios quisiera.
Y también era un poco monaguillo. Aún recuerdo una vez que me tocó leer el Salmo y les hice repetir a las señoras una retahíla adulterada de chorradas, tan larga que era imposible de recordar y que provocó un caos de verdes praderas, aguas tranquilas y caminos rectos que estoy casi seguro de que alguna, sin querer, acabó invocando a algún extraño espíritu precolombino ahí en mitad de los Campos Góticos. Mi tía me miraba seriamente y marcaba lentamente una línea con su dedo pulgar alrededor del cuello, como diciéndome que me iba a rebanar el pescuezo en cuanto llegara a casa.
Así que no llegaba, claro. Y nos íbamos por los caminos a la búsqueda de la nada, en una escena polvorienta y cruda, un poco Tarantino, un poco Sergio Leone, algo a medio camino entro los discípulos de Jesús yendo de Betania a Samaria y el Mochuelo, el Moñigo y el Tiñoso tirándose piedras. Y llegábamos a un palomar que fue de mi abuela, creo, aunque tampoco lo tengo muy claro. Y creo que no lo tiene nadie, porque ahí sigue, medio destrozado, viendo cómo pasa el tiempo y supongo que esperando niños que vayan a esconderse, o arobar pichones o a lo que fuera. O a ir de merienda, que también se estilaba. Consistía en pasarse por casa a por un bocadillo y, en lugar de comérselo allí mismo, hacerse un viaje hacia vaya usted a saber qué extraño paraje para hacer lo mismo, pero en un entorno algo más sofisticado. Y luego a jugar al fútbol, o a reírnos de las chicas o a pasarnos las horas muertas en los columpios, junto a la Iglesia, llamando por su nombre a todos los seres vivos a varios kilómetros a la redonda.
Publicidad
No había piscina. Ni biblioteca. Ni ningún recurso turístico. En el pueblo no había tampoco tiendas. Ni río, ni montes ni nada: solo una inmensa llanura de campos ocres, ganado sucio y hombres silenciosos con ropas viejas, casas de adobe y la alegría justa para no ponerse a llorar. Las calles no estaban asfaltadas, el techo de la iglesia se caía y en el atrio asomaban los nombres de los caídos de un bando de la guerra. No había alcantarillado, ni bancos, ni jardines. No había monitores de ocio y tiempo libre, ni orquestas ni eventos de la Diputación para entretener a niños idiotas y ociosos. Solo una bici, una baraja pegajosa de Reig 7 y unas rodillas como el Ecce Homo. No es que no hubiera internet, es que ni siquiera había teléfonos en las casas. Tampoco había colegio, ni consultorio médico ni bares, solo un pequeño teleclub que hacía las veces de punto de encuentro para algunos hombres que querían leer el periódico de ayer o mirar las nubes de mañana. El único plan era ir a buscar a tu amigo y, ya juntos, robar unos higos en aquella casa abandonada. Supongo que un niño de hoy en día simplemente no podría pasarse un verano entero así, regándose con una manguera de agua de pozo como único parque acuático y dejando volar la imaginación. Yo la dejé volar tanto que hoy recojo la cuerda de la cometa, que es la cuerda de los recuerdos. Y los pongo por escrito antes de que la vida se los lleve como se lleva todo lo que merece la pena. Fuimos felices, creo. Puede que incluso muy felices. Y hacía calor, demasiado. Las tormentas dejaban un olor indescriptible y un extraño miedo a que un rayo nos rompiera el futuro. Lo que son las cosas: ahora lo que me aterra es que llegue un rayo y nos rompa del todo el pasado.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.