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Veranillo y calima
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«Sin pasado y sin presente, menos mal que nos queda el futuro»Hugo Pratt y Milo Manara lo llamarían verano indio. Pero nosotros le decimos veranillo. Más tiempo para alargar el sueño de las tardes de verano, entrados ya de hoz en octubre. Y la calima, que convierte en turbia cualquier mirada posible al horizonte. Al ecológico ... y al económico… Pero de momento, mientras la cerveza y el vino no estén incluidos entre las materias primas en crisis, ni encabecen la lista del IPC, todo sigue pareciendo posible.
Tan posible como esos Presupuestos de barra libre para 2023. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, que decía Bogart. Las palabras del Banco de España, que reduce el PIB del 2,1 a un pírrico 1,4%, y que no concede a la inflación ni una décima por debajo del 5,6, suenan como zumbidos de abejas en los oídos de los socios de Gobierno. Con calima o sin calima, desde los altos de La Moncloa ya se ven perfectamente los horizontes electorales de mayo del 23, así que ningún español sin pan: bonos de tren, paga para las madres trabajadoras, bono joven, oxígeno para los parados de larga duración…
Y sobre todo para los cautivos entre los votos cautivos de los que son llamados a las urnas: pensionistas y funcionarios. Ya lo pagará todo el gobierno siguiente, incluido ese 25,8% de aumento del gasto en Defensa, del que Echenique trata de hacerse el desentendido. Sin conseguirlo.
Ningún español sin pan y, si nos dejan, ningún hogar sin lumbre. Incluso traspasándoles un poco de nuestra lumbre a los hermanos europeos, a través de ese «corredor de hidrógeno» que Francia se resiste a permitir que cruce por su territorio. Otra cosa es el precio al que está y va a seguir estando la lumbre. Con Francia de por medio, parece ser que España y Alemania se entienden en la cosa de la sostenibilidad energética.
Aunque algo menos, sin duda, en la urgencia de establecer el escudo antimisiles europeo. Ese que los socios del Este reclaman con insistencia ante el mal perder de Putin en la guerra. 70.000 voluntarios que declara el Kremlin para apuntarse a morir en Ucrania. Cientos de miles que cuentan los pasos fronterizos de la Unión huyendo de las levas. Nunca es lo mismo dar la vida por la patria invadida que por la patria invasora. Ni aunque seas ruso.
Así se escribe la historia. De momento. Porque, como decía don Antonio Machado, lo cierto es que «ni está el mañana –ni el ayer– escrito». Sobre todo el ayer, que se juzga, se sentencia y se reescribe una y otra vez desde las tribunas del hoy. Hace trece años, con la Memoria Histórica. Ahora, con la Memoria Democrática, que dice ser «más amplia». Como si la democracia pudiera ser más amplia que la historia.
A fuerza de intentar ganar elecciones, terminamos por perder la poca memoria que nos quedaba. Y ni siquiera los laboratorios que han lanzado el 'lecanemab', ese nuevo fármaco que dicen que reduce un 27% el deterioro cognitivo del Alzheimer, recuerdan dónde han puesto los informes completos que lo certifican. El mal de nuestro tiempo: la desmemoria obsolescente y programada. El triunfo de la calima y el veranillo.
Sin pasado y sin presente, menos mal que nos queda el futuro. El futuro de esos jóvenes españoles de entre 25 y 34 años –la autoproclamada «generación mejor preparada de la historia»– que están a la cola y que duplican, con su 28%, la media de los países europeos de la OCDE, entre los que no han conseguido pasar de la ESO en sus estudios. Mejor que los jóvenes mexicanos, los turcos o los costarricenses, eso sí. Y que todos aquellos que ni siquiera están entre los 38 privilegiados socios de la OCDE. El que no se consuela es porque no quiere. O porque ya no le da para seguir prolongando el veranillo.
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