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A la espera de lo que venga, porque aquí nadie se engaña y todos sabemos que el silencio calculado y la calma aparente suelen anunciar tempestades, la verdad es que la temporada ha empezado bastante mejor que bien: con el festival de Valero en su ... sitio, tan humildemente triunfal como siempre, y con la feria de Valdemorillo, que estos últimos años andaba un tanto de capa caída, volviendo por sus fueros. Para lo cual ha bastado con que su nuevo gestor, Víctor Zabala, planteara carteles con argumentos y se olvidara de las rutinas, poniendo imaginación y trabajo donde reinaban intereses alicortos y telarañas mentales. El resultado ha saltado a la vista: entradones, un pueblo a tope e ilusiones recuperadas.
¿Cuál ha sido la fórmula del éxito? Acabo de apuntarlo: salirse de lo trillado. En lugar de combinaciones cansinas, seis toreros jóvenes que, habiendo apuntado mucho la temporada anterior, encaran en esta la disyuntiva de tirar adelante o quedarse en tierra de nadie. Y plantando cara a ese reto, Daniel Luque puso de manifiesto que atesora argumentos para asaltar el escalafón, Juan Ortega confirmó en fogonazos sus inmensas posibilidades, David de Miranda supo tragar, José Garrido estuvo encajado, Álvaro Lorenzo dominó las distancias y López Simón se afirmó en la verticalidad.
¿Qué si apostaría por uno? Sí, por Luque. ¿Y por dos? También: por Aguado, siempre que 'el sistema' no lo estrelle con toros a contra estilo. ¿Y por tres? Pues necesitaría una página entera del periódico para entrar en matices. En fin, los que no fallaron (nunca lo hacen) fueron los montalvos de Juan Ignacio Pérez Tabernero –cuyo magisterio en la cría del bravo fue reconocida con el Premio de Tauromaquia de Castilla y León–, que mandó a Valdemorillo un encierro de nota, con un astado memorable (el primero) y otros tres enclasados. Junto a los murube de Pedro Capea y los domecq de Garcigrande, Montalvo mantiene la categoría del campo charro.
Así pues, primero Valero, luego Valdemorillo y de inmediato el Carnaval del Toro mirobrigense: tientas, encierros, pregones, desfiles, novilladas y festivales. Jornadas de veinticuatro horas sin ratos muertos que desembocarán en la apoteosis del día de Santa Aldetrudis: utreros de galache, los históricos patas blancas, símbolo del campo charro y emblema del encaste Vega-Villar, por el que han apostado Victorino Martín y Antonio Ferrera, para Morante de la Puebla, El Juli, El Capea y el novillero triunfador del Bolsín Taurino. Lo de Ciudad Rodrigo asombra al asombro.
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