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Para quienes perciben de manera antagónica a creyentes y no creyentes, religiosidad y laicismo, en vez de considerar que son formas igualmente respetables de la diversidad (de a compleja diversidad de la mente humana, y por tanto, de la diversidad social), resulta difícil entender que ... unos y otros, que todos, comparten muchos valores. Pero es así, ocurre con frecuencia.
Las fiestas de Navidad quizá sean el más explícito y mejor ejemplo. En estas fechas, tanto no creyentes laicos como creyentes cristianos, católicos y de otras confesiones religiosas, coinciden sin darse cuenta en celebrar importantes valores emocionales y éticos. Repartidos en los tres momentos más señalados y con destinatarios más específicos: Nochebuena y Navidad; fin de año, Nochevieja; y Reyes o Santa Claus.
Con los Reyes de Oriente y el nórdico Papá Noel celebramos la infancia. Las ilusiones, siempre deslumbrantes, de la infancia. Todos hemos sido niños, niñas, y en parte seguimos siéndolo en nuestro interior. Ninguna etapa del desarrollo psíquico desaparece por completo. Ahí dentro sigue estando el niño o la niña que fuimos, con sus infinitos candor, alegría y capacidad de ilusión. ¿Cómo no ilusionarse cuando se descubre el mundo, algo, por primera vez? ¿Cómo no hacerlo al comprobar que nuestros deseos se cumplen, y de la manera más mágica e inexplicable? Patria, paraíso, refugio, fuente de lo que somos. La felicidad de la infancia es inigualable. Para la inmensa mayoría de las personas, afortunadamente, pero no me olvido de los niños y niñas con infancias difíciles o maltratados. Contemplar los ojos abiertos como platos y el cuerpo en estado de shock de un pequeño en pijama al levantarse y encontrar sus regalos, sus deseos hechos realidad envueltos en papeles de mil colores, nos conmueve. Ese niño, esa niña, somos nosotros. Recordar y renovar la ilusión es muy importante en la vida de los adultos.
La familia es otro de los grandes valores compartidos, muy en particular en Nochebuena y Navidad. El grupo en que empiezan a sentirse y desarrollarse los vínculos afectivos más fuertes, más sólidos, de cada persona. Estar en compañía de padres, hermanos, abuelos, hijos, nietos o sobrinos, hablar, cenar y comer en la misma o varias mesas, recordar, reír juntos. No hay mejor alimento para nuestras raíces como personas, para darnos seguridad y seguir adelante, para afrontar la vida. ¡Incluso a veces no resulta desagradable estar con las suegras y los cuñados! Tampoco olvido a las familias con problemas de relación. Ni algo todavía mucho peor, las pérdidas, la muerte de los seres queridos, que hacen sentir la Navidad con dolor a muchas personas. La ambivalencia y la mezcla de emociones de signo contrario es una de las características más humanas que tenemos.
Socialmente, la paz y la solidaridad o caridad son los valores éticos más compartidos en estas fiestas por creyentes y no creyentes. La paz, la convivencia pacífica entre personas distintas y con intereses contrapuestos, todos la queremos. O casi todos. La solidaridad con los menos favorecidos, con los que más ayuda necesitan, es compartida también en mayor o menor grado por casi todos. No vivimos aislados. Vivimos en sociedad. Para que las sociedades civilizadas funcionen y sigan existiendo, esos valores resultan más que convenientes. No se trata de deseos altruistas, son condiciones prácticas necesarias para una convivencia mínimamente pacífica y civilizada.
No son muchos, la verdad, pero son valores éticos y emocionales esenciales. Valores comunes se crea en la religión que se crea, o no se crea en ninguna religión pero sí en la ética y lo mejor de la naturaleza humana. La Navidad es para todos. Sin prescindir de ninguna manera del componente lúdico, festivo, de vacaciones, comer, beber, viajar, cantar y bailar, si se tercia. En especial en Nochevieja. ¡La alegría de vivir! En la que suele estar de acuerdo también casi todo el mundo.
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