Un sanitario muestra uno de los test para detectar el Covid-19. Ramón Gómez

El valor de la información

La carta del director ·

«No tengo nada claro los beneficios del carné de inmunidad anunciado esta semana para quienes ya han padecido la enfermedad. Porque no es como una vacuna. Una vacuna te la puedes o debes poner, según cuál y a qué edades, pero uno no decide infectarse o no»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 12 de abril 2020, 08:43

La batalla contra el virus SARS-CoV-2 se libra en ámbitos en los que el acceso a la información, su selección, verificación y gestión es de una importancia capital. El primero de esos terrenos es el de la investigación médica y epidemiológica. El segundo, de ... carácter puramente diagnóstico, es el de la obtención y administración generalizada de pruebas que detecten con la fiabilidad y rapidez quién es portador o no del virus. A ello se añaden las aplicaciones digitales o la posibilidad del Gobierno de trazar movimientos de la población a través de la geolocalización de los móviles. Siempre que las administraciones no abusen de los datos personales que puedan obtener durante el estado de alarma, a la vista está que la información detallada, actualizada, rica y exacta es el principal muro de contención frente a una terrible pandemia. Pero cuidado, que nos podemos pasar de frenada. No tengo nada claro, por ejemplo, los beneficios del carné de inmunidad anunciado esta semana para quienes ya han padecido la enfermedad. Porque no es como un certificado de vacunación. Una vacuna te la puedes o debes poner, según cuál y a qué edad, pero uno no decide infectarse o no. Esa especie de pasaporte, sin la garantía de que pueda obtenerlo todo el mundo en forma de inmunidad o de vacuna, genera unas peligrosas distinciones que, por ejemplo, las aseguradoras se encargarán muy pronto de primar. Señalar a los inmunes, ojo, significa automáticamente segregar a los 'infectables'.

Publicidad

La información se está convirtiendo también en un espacio de confrontación debido a que las sociedades democráticas protegen la libertad de expresión y el derecho a la información veraz como dos de los derechos fundamentales de los ciudadanos, dos de los que las distinguen de los totalitarismos y las dictaduras. Eso complica las cosas, claro. Nadie dijo que la libertad fuese sencilla. En otras épocas, ante un drama sanitario, social y económico como el que sufrimos, un gabinete militar dirigido por un caudillo decidiría cada día a qué información y en qué modo debe tener acceso la ciudadanía. La historia de cualquier guerra es la historia de una cruda pugna entre la verdad y la mentira, la manipulación o la ocultación. Y si hemos concluido que, de algún modo, la humanidad está batallando contra el coronavirus, no es de extrañar que hayan surgido ya propuestas que limiten el derecho de expresión o información para combatir los 'bulos'. Como siempre, el gran problema será determinar qué es un bulo y qué no. Por ejemplo, el miserable y macabro montaje de Vox con una foto de la Gran Vía de Madrid cubierta de ataúdes no es un bulo, no es una mentira, pues a nadie le cabe en la cabeza que sus autores pretendiesen que alguien se creyera que es ese el aspecto que presenta hoy la calle madrileña. Es un mensaje propagandístico rastrero, deleznable y terrible desde otros puntos de vista, pero que en democracia no se desactiva con represión.

Montaje publicado por Vox para acusar al Gobierno y a los medios de comunicación de ocultar las imágenes de la tragedia del coronavirus.

Imagen original, obra del fotógrafo Ignacio Pereira.

Un bulo, a modo de botón de muestra, es por ejempo el mantra que llevamos escuchando desde hace años en España sobre el rescate a la banca, cuando no fueron los bancos quienes recibieron un rescate del Gobierno a través de fondos europeos, sino las cajas de ahorro. ¿Pero a cuántos portavoces de organizaciones políticas, sociales o económicas de todo tipo ha escuchado usted la expresión 'rescate de los bancos', a pesar de que en España ningún banco fue rescatado? Por fortuna, nuestra Constitución es una garantía frente a quienes pretendan cercenar el acceso de la opinión pública a la información. Donde, sin embargo, se observa un problema que sí debilita de verdad la conciencia de la sociedad ante la gravedad del momento, por un lado, y la capacidad de las administraciones de enfrentarse a la crisis con los medios adecuados o el conocimiento de las consecuencias reales y más terribles de la pandemia, por otro, es en algunas cifras. No estamos calculando con rigor la incidencia, ni siquiera aproximada, del virus. Los test nos ayudarán con los contagiados, pero mientras tanto ha costado Dios y ayuda que las instituciones admitan que el número de fallecidos infectados por coronavirus es mucho mayor al que reflejan las estadísticas.

En residencias y viviendas hay miles de personas mayores que están muriendo solas, desasistidas y, lo que es peor, olvidadas o excluidas de los grandes números. Desde la semana pasada, la portada de El Norte muestra cuántos óbitos son atribuibles al SARS-CoV-2 en la región, se les haya hecho el test o no. Son un 70% más de las que anotan las autoridades en sus informes diarios y componen una foto del drama que se acerca muchísimo más a la verdad.

Publicidad

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad