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De la ciudad en que vivo habitualmente a otra que llevó su nombre. Vuelvo, al cabo de 30 años, a Morelia, antiguo Valladolid, en el Estado mexicano de Michoacán. Curiosamente, además, viajo para participar en la nueva edición de un congreso, el de Lyra Minima, ... que se celebró la última vez en el Valladolid de acá. Un océano por medio. Un mar de tiempo que parece colmado, en ocasiones, de ciertos malentendidos. Y es que, para bien o para mal, España fue un Imperio con todo lo que eso significa y tal evidencia ayuda a explicar muchas otras cosas; entre ellas, esa 'imperiofobia' supuestamente dirigida hacia ella por naciones antaño rivales de la que hace poco se ha empezado a escribir y hablar. Ya que haber sido un país que exploró y conquistó buena parte del mundo no es asunto que pueda o deba camuflarse, ni por el que pedir perdón 500 años después. No tanto por falta de motivos como de sentido: ¿quién a quiénes?, ¿de qué y para qué?
Mis recuerdos de México evocan, en todo caso, una sensación de cierta frescura y libertad. Y me traen la añoranza de sus amplios cielos abiertos; de su aire limpio envolviendo sosegados paisajes en torno al lago de Pátzcuaro. Memoria de muchachos que cruzaban las carreteras subidos sin montura a sus caballos; y también de niños mendicantes rodeando hasta atosigarlo al recién llegado para obtener alguna moneda; o de caminatas hasta la cúspide de ceniza de volcanes implacables. Volcanes que habrían servido –quizá– de instrumento de venganza a antiguos dioses para enterrar bajo tierra a lívidas iglesias de piedra construidas por el invasor. Orgullosos templos ahora completamente sumidos en el polvo salvo por la torre del campanario.
Campanas de Morelia conmemorando en su revuelo la apoteosis de un Valladolid perdido en los siglos. Una época de dorados despilfarros y tristes emperadores. Desgraciado Maximiliano que, ya en escombros el esplendor de otras glorias imperiales, arribó desde muy lejos para acabar fusilado y ganar la inmortalidad en una pintura que describe su muerte. Turistas alemanes desorientados que deambulaban en busca de alucinaciones exóticas, sin miedo ni saber nada de español, por el Michoacán que yo conocí. No había llegado todavía la droga a sus pagos con la cohorte de asesinos que siempre custodian los negocios del gran capital.
Matones a sueldo masacrando una vez más a indios desprevenidos y ya acostumbrados a vivir en un tiempo sin tiempo, donde el único peligro y posible sobresalto vendría del exterior. Mi primer contacto con esa mezcla de temor y modestia de los indígenas; y el descubrimiento de que hay una humildad estremecedora que no está exenta de reproche a todo lo extranjero. Himnos tarascos. Comunidades purépechas que utópicos obispos como el abulense don Vasco de Quiroga reorganizaron en pueblos artesanos. Estatuillas de barro, coloristas cerámicas de cuidado arcaísmo, representando a diablos cotidianos que se burlan y resarcen discretamente de la religión impuesta y la cruenta conquista: que laboran, aman, fornican y se divierten como gente normal.
Máscaras de negros demonios que permanecen en Tócuaro y que, como los zarrones o zangarrones de aquí, corretean entre la iglesia y el espacio público, persiguiendo a los feligreses sin dejar de danzar. Coros de hombres borrachos a partir de una hora temprana de la tarde. Aldeas de plazas cuadradas con soportales y mercados en el medio, como las de Castilla. Círculos que se cierran entre esos cuatro lados a manera de representación simbólica del mundo. Catedrales, hospitales y universidades. La cara y la cruz.
Patios y arcos que rememoran los de palacios y conventos españoles. Sentimiento de haber estado allí antes; de recorrer en Ciudad de México las mismas calles por las que pisaron mis antepasados, pues hubo parientes que por generaciones fueron y vinieron de unas a otras tierras. Reconocimiento en lo distinto y lejano. Regreso a Morelia. Espero encontrarme nuevamente tan familiarizado con el entorno, tan bien acogido y tan en casa como hace tres décadas. Toda una vida que pasa de un viaje a otro viaje. De un país a un país. De Valladolid a Valladolid.
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