Aún recuerdo la cara de Alberto García Reyes cuando, en mitad de mi ruta supremacista por esta Tierra Santa, se encontró con una iglesia a la venta en pleno centro de la ciudad. No podía dar crédito. «Esto en Sevilla sería impensable», me decía. ... Y la verdad es que aquí tampoco es muy habitual, para qué vamos a engañarnos. Por mucho que seamos un poco despegados, la cosa no llega al punto de vender iglesias como si fueran plazas de garaje ni un retablo barroco como un Golf GTI. Pero no deja de resultar curioso que se venda un templo de ese calibre, en pleno centro histórico, al lado de un palacio fantástico –el del Licenciado Butrón, actual sede del Archivo General de Castilla y León– y, para más narices, en la parte de atrás del Palacio Real, uno de los lugares más denostados e infravalorados de nuestra ciudad. Por cierto, en este sentido tuve la inmensa suerte de que María Cabezudo me enseñara hace meses dicho Palacio Real y no aun no salgo de mi asombro. Tengo la sensación de que Valladolid ha vivido de espaldas a su palacio y no somos conscientes de lo que hay ahí dentro. No conocemos la belleza de sus patios, de sus salones, no conocemos su capilla, sus leyendas, su historia, la lista interminable de ilustres huéspedes que allí se han alojado y no acabamos de tomarnos en serio la importancia decisiva que ese palacio ha tenido en el devenir de la historia universal. Aunque es propiedad del Ministerio de Defensa, entiendo que puede ser explotado mucho más en beneficio de la ciudad, de Castilla y León y de todo el país. Porque evidentemente estamos hablando del patrimonio de todos, esto excede ampliamente lo local. Es más, me atrevo a decir que, si alguien se tomara en serio este tema y mostrara un poco de ambición y creatividad, el Palacio se convertiría en el mayor reclamo turístico de la ciudad y despertaría un interés enorme en toda España. Si el Palacio Real de Madrid es el palacio de los Borbones, este es el de los Austria. No es poca cosa. Aunque eso quizá traería turistas y ya sabemos que parte de la ciudad se ha puesto ahora en contra del turismo. Así que centrémonos en la parte cultural, en la conservación de un legado y en el hecho cultural. Y todos contentos.
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En cualquier caso, volviendo a la iglesia de las Brígidas, leo que su precio son dos millones de euros que no sé si es mucho o es poco porque todo depende de con qué lo compares. Si lo comparamos con su salario o con el mío, desde luego resulta inasumible en varias vidas. Pero si tenemos en cuenta que Jaime Mata cobra eso mismo cada año por (no) jugar en el Getafe, pues la cosa se ve de otra manera. Y mira que quiero yo a Jaime Mata, pero personalmente prefiero poseer una antigua iglesia en el centro de Valladolid que tener a Mata en mi equipo seis mesecitos, la verdad. Y encima es una iglesia que, puestos a soñar, podría convertirse en un fantástico hotel, en un lugar para eventos, en un museo de los Austria, o, puestos a soñar con cosas inalcanzables, en la sede de la Fundación Delibes. Que, por cierto, no tengo ni idea de cómo está la cosa y me comienza a dar una enorme vergüenza no ser capaces de volcarnos como ciudad en ese tema.
Ayer volví a dar un paseo por allí y pensaba en la cantidad de gente que tendrá casas horteras en la costa por un precio similar. O yates, o joyas o tonterías que no llegan a la suela de los zapatos a la elegancia infinita de custodiar un trozo de historia de Castilla. Y me maravillaba de nuevo con esa zona, en la que parece que se ha parado el tiempo. Y no lo digo por un sentido de progreso detenido o de desarrollo en pausa sino porque, realmente, el tiempo por allí sucede a otra velocidad. Uno se mete en la Plaza del Viejo Coso y es como si entrara en otra dimensión espacio-temporal. Hasta los árboles crecen de otra manera, como si lo hicieran en secreto y pidiendo permiso. Yo recuerdo una cafetería-librería que hubo allí y en la que me pasaba 'Las horas lentas', que es como se llamaba y que creo que es el nombre mejor puesto de la historia. Eso es exactamente el Viejo Coso: las horas lentas, el tiempo a 33 revoluciones, un otoño permanente, un estadio de paz espiritual, de cuento de hadas y de sensación de privilegio por tener la posibilidad de disfrutarlo. Pero si sales hasta Fabio Nelli el sentimiento no hace más que crecer. Esa plaza tiene algo de plaza sevillana: pequeñita, apacible y acogedora. Más que un punto de encuentro es un recodo, un oasis renacentista, un espacio arbolado y tranquilo en el que pareciera que Valladolid se ha quitado los complejos y, por una vez, ha apostado por la belleza sencilla, lógica y sin artificios. Si voy con tiempo entro en el Museo. Su colección –también, por desgracia, muy desconocida– es interesante. Pero el propio palacio es tremendamente bello en sí mismo y merece, sin duda, la visita.
Pero todo llega a su cénit en el lugar mágico que forman Expósitos y Santo Domingo de Guzmán, que es donde el pucelano entra en trance. Me molesta terriblemente no poder ir más a menudo porque es uno de los lugares más especiales de Valladolid. Allí me siento tranquilo, por una vez plenamente tranquilo, aislado y solo. Pero no una soledad mala, esa que viene sin desearla. Lo que surge es la soledad buscada, un punto místico que nos eleva el ánimo y la conciencia. No se oye una mosca, no hay nada que nos haga salir del embelesamiento, ni una sola distracción para la introspección. De algún modo es como si Valladolid se convirtiera en un pueblo a solo unos minutos de la Plaza Mayor. Y me quedo absorto buscando aquel frontón en el que de niño jugué. Y miro hacia arriba y me pregunto por qué todas esas casas no están más cotizadas, por qué la gente no quiere vivir aquí, qué está pasando. Es un entorno perfecto para artesanos, para pintores, para escritores. Tiene algo de Mont Martre, de Barrio Latino, de Rastro madrileño. No hay piscina, no. Ni pistas de pádel. Ni se puede aparcar. No hay grandes parques ni carriles bici. Solo silencio, paz y la compañía silenciosa de las cigüeñas y de los conventos de la Contrarreforma. No hay nada más y hasta las iglesias están solas. ¿Y nos gusta a pesar de eso? No. Nos gusta exactamente por eso. Y cada día más.
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