Valladolid, no te quieres enterar
«Como parece claro que la estación se hará, bienvenida sea. Aunque sea fea y nos chupemos cinco o seis años de obras»
Yo no sé si la estación que ha enseñado Óscar Puente es necesaria o no, si es buena o no, si es una cosa seria y bien armada o solo una jugadita de tahúr para imposibilitar el soterramiento y vengarse de su ciudad por el imperdonable pecado de estar hasta las narices de sus formas. Lo que tengo claro es que la estación es horrorosa, algo a medio camino entre vivero de Almería y tupper de lentejas, pero sin lentejas, cuando ya está posado boca abajo en el lavaplatos, esperando su momento con un trocito de laurel. Una señora en Facebook ha dicho que parece una compresa de noche, que es un objeto cuyo detalle desconozco, pero que, en cualquier caso, no parece un prodigio de la estética. Otra señora –esta no lo ha dicho en Facebook, sino a mí, a la cara, en la calle Mantería– opina que la piel esa de revestimiento parece una cortina de ducha de un motel de carretera de Nebraska. Lo de Nebraska es mío. Y con esto me pasa como con las compresas de noche: reconozco ser lego en la materia, no soy una referencia en el proceloso mundo de los moteles de carretera y menos aún de los del Medio Oeste americano. Pero coincido con ellas: el proyecto es horroroso. Y no por moderno, soy muy defensor de las intervenciones arriesgadas y de la arquitectura contemporánea. Estoy un poco cansado del arbolito, del banquito y de la estética 'regre' tan del gusto del personal, que ahora entras en cualquier casa y parece una mezcla entre la de 'Bonanza' y la de Jane Austen.
Pero es que la maqueta es muy fea. A mí la estación de ahora me gusta, con esa estética del XIX de piedra, ladrillo, madera y hierro, tan pucelana. El lobby se ha quedado un poco soso, es cierto, pero tampoco vamos allí a pasar la tarde sino a atravesarlo en doce segundos, que los he contado, el tiempo que pasa desde que entras hasta que ves la vía en el monitor. Por cierto, me parece bastante interesante el tema de la seguridad. Cuando vienes de Chamartín a Valladolid te tienes que quitar hasta el abrigo, te escanean la maleta, la bolsa de mano y no te hacen un TAC del menisco de milagro. Y, sin embargo, si vas de Valladolid a Madrid, se ve que el peligro en los abrigos ya no existe, se desvanece, no te lo hacen quitar, yo creo que se fían, nos deben ver cara de buena gente. Y eso solo si sales de la vía 1. Porque en la vía 2 y sucesivas ni siquiera hay control. Por algún motivo, la policía solo sospecha de los que salen de la vía 1, quizá sean peores personas. Si yo fuera terrorista, saldría de Valladolid de la vía 2. Si fuera un policía, pensaría sobre este tema. En cualquier caso, en la estación pasamos poco tiempo. Quizá por eso –el mercado no es tonto– no hay más que un bar, una tienda de frutos secos y ni siquiera hay kiosco. Y si no lo hay es porque no hay demanda. Vamos, que no necesitamos una estación más grande para nada. Tampoco más fea.
Otra cosa es si necesitamos más vías, que parece que sí. Según los planes, va a pasar un tren cada medio minuto. El hecho de que pasen no es algo bueno 'per se'. Es más, es algo malo. Lo bueno, en todo caso, será que paren, porque eso mejora nuestra conexión con Madrid y ya hemos explicado unas cuantas veces que esa es una ventaja enorme que hay que explotar. Pero que pasen trenes, en sí, no es algo bueno, que uno lee estos días a algunos vanagloriarse de que van a pasar por las vías siete mil millones de personas, como si nos dieran un céntimo por cada una. Un trasiego constante de trenes atravesando de norte a sur la ciudad es un perjuicio, un ruido constante, un riesgo para la seguridad y un deterioro se mire por donde se mire. Y sin embargo ese deterioro es inevitable e imprescindible porque Valladolid es un nudo estratégico para el país y para sus infraestructuras ferroviarias. No queda otra y hay que asumirlo. Pero esto me recuerda un poco a la posición de España en la crisis de 2008. «España no puede caer porque si cae España, cae el euro», se decía, para presionarnos y obligarnos a tomar medidas duras y perjudiciales. Y a mí me parecía lo contrario: «Si realmente es cierto que si caemos nosotros caéis todos los demás, eso significa que a partir de ahora aquí mando yo y que o me dais facilidades o vuelo la economía europea». Pues lo mismo con las vías. Si realmente somos un núcleo fundamental y estratégico y vamos a tener que cargar por ello con un perjuicio inmenso que, además, solo va a ir a peor, y que asumimos por el bien de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco, eso significa que ya pueden soltar pasta. Porque estamos cargando con un peso grande a cambio de que el resto se conecte con Madrid. Y ese perjuicio se paga, creo yo, como se pagan el resto de singularidades.
Parece evidente que el soterramiento está enterrado –pleonasmo–. Pero yo creo que deberíamos exigir contraprestaciones por este tema en otros ámbitos: en infraestructuras, en museos, en mejora del aeropuerto, en ayudas a la localización de empresas, en apoyo al mundo del vino, del automóvil, a la Universidad, en ser sede para el Mundial, en ser un hub agroalimentario o un puerto seco. Pero yo creo que hacernos creer que la inversión de la estación es un regalo a la ciudad es una tomadura de pelo. El problema no lo tiene Valladolid sino Renfe, que necesita más vías. Para ello, Adif necesita una estación mayor. Genial, háganla. Pero no vendan que es una mejora para la ciudad, una especie de regalito que nos dan por ser más guapos que nadie porque, en realidad, todo esto viene de un marrón que tiene Renfe a su paso por Valladolid, diga lo que diga la paletada que tenemos por vecinos, que es para hacérselo mirar. Si Renfe no lo necesitara, no veríamos un duro, evidentemente. Porque nadie regala nada. Y menos un político. Y menos un político local, cuya aspiración de acabar su vida política como alcalde de Valladolid de nuevo –ya nos advirtió que «volvería»– parece evidente.
En cualquier caso, como parece claro que la estación se hará, bienvenida sea. Aunque sea fea y nos chupemos cinco o seis años de obras, que unidas a Chamartín puede convertirse en la década más infernal que recuerde desde aquella de los Cantajuegos. Tampoco sé si la estación viene con el montaje de la maqueta incluida, que yo lo he visto y hay parques inmensos, zonas verdes que ni Central Park en mayo, parejas jóvenes –por cierto, todas blancas, jóvenes y un poco pijas, rollo PSOE de Valladolid– con perros preciosos y una luz que ni La Habana. Solo faltan unas gaviotas sobrevolando el conjunto y un paseo marítimo con heladerías a la altura del Paseo de Farnesio. Y ya que estamos, en lugar de Valladolid-Concha Velasco lo llamaría 'Valladolid: No te quieres enterar'. Y que cada cual saque sus propias conclusiones.
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