Valladolid llora por las esquinas
«Solo contados ecos racionalistas, en las epigonales muestras de la ciudad años 30 y 40, dejaron huellas interesantes, discretos hitos de modernidad»
gregorio vázquez justel
Miércoles, 19 de mayo 2021, 07:28
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gregorio vázquez justel
Miércoles, 19 de mayo 2021, 07:28
Valladolid no tiene suerte con sus esquinas. La expresión intensificada y emblemática de la ciudad (la 'red de esquinas', aquella retícula de encrucijadas, de condensación y vínculo, el lugar por excelencia del intercambio comercial, el encuentro personal o del anuncio, como tan bien definió ... Solá–Morales), el espacio cívico y de interacción urbana en los encuentros de sus calles, la manifestación álgida de sus arquitecturas, se acentúa en estas intersecciones de las tramas urbanas. No hablamos de las ochavas porteñas, los chaflanes de ensanche barcelonés, los córners londinenses o los parisinos encuentros de los bulevares haussmanians. De trazados, planes o tipologías urbanas que aquí nunca existieron. Tras lo que comenzó prometedor con Felipe II saliendo, dicen, por una, la historia de la construcción urbana de esta ciudad no ha deparado a este respecto grandes logros. Solo contados ecos racionalistas, en las epigonales muestras de la ciudad años 30 y 40, dejaron huellas interesantes, discretos hitos de modernidad que depuraron los también escasos ejemplos de anteriores construcciones eclécticas –Casa Mantilla, del Príncipe, la Unión y el Fénix…cuyo énfasis formal, propio de aquella estilística burguesa que apenas puntuó en nuestra capital las zonas de ensanche o reforma urbana (Recoletos, Gamazo, Duque de la Victoria, Miguel Íscar, Regalado, Santiago…), no siempre aparejó elegancias ni demasiadas cualidades arquitectónicas formales.
La ciudad desarrollista que se impuso desde el pasado medio siglo apostó mayoritariamente por el subrayado de las esquinas y chaflanes con escalonamientos e incremento de volúmenes, excusa al orden de los tiempos para un mayor aprovechamiento sistemático, así en numerosas sustituciones del centro histórico y en tantos cruces del paseo de Zorrilla. Ahí volvemos. Ahí estamos. En lo que fuera atractivo remate del singular Hostal Lucense, edificio de mesurada escala, sobria arquitectura de ladrillo ornamentada, muy característica de la ciudad en sus maneras e influjos industriales, con un ligero y elegante mirador de fundición en rotonda, configurando una esquina reseñable, entre el paseo de Zorrilla y el del Puente Colgante, asistimos de nuevo a la agresión sobre el paisaje urbano de Valladolid.
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Sonia Quintana
¡Olé toreros!, por el que fuera su hotel en la ciudad. No hablemos ya de la operación urbanística, actuación especulativa que acompaña esta intervención, con la provocadora emergencia en altura de la nueva edificación o la oportunidad perdida –ese pasaje…siempre lo público– sobre los espacios libres interiores de esa manzana, quedémonos solo, horrorizados eso sí, con la devaluación –sobre las bambalinas restantes– del edificio original y el flagrante destrozo, muerte anunciada tras años de andamios, de otra esquina emblemática de la ciudad.
El ejercicio de atrevimiento rebasa la falta de finura formal o de delicadeza al intervenir –supuestamente integrar– sobre una fachada valiosa, elevando una planta de ático desprejuiciadamente y permitiendo la emergencia de volúmenes de instalaciones en cubierta, sin mayores miramientos ni cortesías figurativas o cuidado formal que hacia cualquier medianera o patio interior. (In)cultura de otras épocas, descontrol sobre el proyecto y su trámites, amenaza cantada con la revisión de la catalogación, recurrente desprecio en suma sobre el patrimonio y sobre la ciudad... Casi nunca están las causas claras ni es aquí lugar para el diagnóstico técnico, solo para el clamor agraviado ante tan poco civismo.
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