Ha sido una gozada ver nuestra ciudad llena, las calles repletas y la hostelería despachando gintónics como si no hubiera mañana. El día de Nochebuena, por la tarde, me pasé por Los Ilustres a adorar 'al Niño', que en este caso ya está talludito ... y se llama Alfonso. Nuestro compañero andaba allí poniendo música de esa que nos gusta. Porque Alfonso ha sido cocinero antes que fraile, pinchadiscos antes que columnista y batería antes que profesor. Y todo lo hace bien, el condenado. La cosa es que allí no cabía un alma, lo mismo te encontrabas a una cuarentona cantando 'I Promised Myself', como si estuviera en Campus en el 94 que a su hija de diecisiete dándolo todo con una de Leiva. Luego entré al Bizarro a saludar a Pedrito y me sucedió lo mismo, cambiando de banda sonora, pero no de concepto: en ambos lugares me encontré con gente que hacía tiempo que no veía, amigos de los que emigraron a Madrid hace años y que allí se quedaron. Y me dio por pensar en lo que sería Valladolid si estuviéramos todos los que somos. Pocas ciudades con una aglomeración de talento y de formación de este calibre, que luego llega Pisa y lo reventamos, como no puede ser de otra forma.
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Desde 2009 han emigrado unos 120.000 vallisoletanos a Madrid. Son muchos. Y son más si ampliamos el plazo. Y más aún si tenemos en cuenta que todos han procreado y que ahora sus hijos vienen a Pucela como cuando yo iba al pueblo. Les gusta esto, sí, pero no llega a ser su tierra. Ellos son de Madrid, de 'Madrí' y aquí hace mucho frío. Es lo que hay. No tengo ni idea de cuánto vallisoletano e hijo de vallisoletano vive en Madrid actualmente, pero seguro que más de 200.000. A unos diez mil emigrantes al año, quizá en diez años haya más vallisoletanos en Madrid que en Valladolid, como ya sucede en Zaragoza con los sorianos. ¿Y saben qué hay de malo en ello? Absolutamente nada. Madrid es una locomotora imparable que forma parte de las ciudades 'alfa', las más importantes del planeta, polos mundiales de desarrollo. Y nosotros tenemos la inmensa suerte de estar a una horita y a tres euros de tren. Porque les recuerdo que eso es lo que vale el viaje con el bono Avant gracias a los descuentos del ministerio y de la Junta. Gracias a ello miles de personas, que de modo natural quizá tendríamos que estar viviendo en Madrid, podemos seguir viviendo y pagando impuestos en Valladolid. Eso es algo que cualquier otra ciudad mediana desearía, pero solo nos pasa a nosotros. En cualquier caso, la cercanía no nos penaliza, sino que nos favorece. Porque la alternativa a que la gente emigre a Madrid no es que se quede aquí, sino que emigre a Londres, París o Berlín, que son las ciudades con las que compite Madrid. Como decía Javier Jorrín en El Confidencial, «la concentración de seres humanos genera sinergias que aumentan drásticamente la productividad. No hay escapatoria. Durante décadas, las ciudades intermedias consiguieron competir con las urbes por la acumulación de servicios comerciales y por la industria. Pero ese proceso ya está superado (…). La industria está en repliegue y los servicios comerciales se van sustituyendo por entregas a domicilio. En su lugar, surgen los servicios de alto valor añadido (programación, ingeniería, consultoría, innovación, financiero…) – actividades que se exportan con gran facilidad y son inmunes a los aranceles-. Atraer estas actividades es el gran reto que tienen por delante todos los países. Y solo es posible competir a escala global desde las grandes urbes».
Este es mundo en el que vivimos y no hay vuelta atrás. No compiten los países sino las ciudades. Y según Jorrín «el tamaño de las ciudades se retroalimenta. A medida que una ciudad gana tamaño, mejora su productividad; pero los crecimientos de productividad impulsan el crecimiento de las ciudades. Funciona de la siguiente manera: las ciudades grandes concentran más capital humano (tanto oriundos como personas llegadas de otros territorios buscando una mejor carrera profesional). Este capital humano es más creativo, lo que aumenta el emprendimiento, generando mejoras de productividad al crear nuevas empresas o impulsar a las ya existentes».
En este entorno, la supervivencia de las ciudades intermedias como la nuestra exige una buena gestión de nuestras fortalezas para centrarnos en alguna actividad concreta y crear un ecosistema productivo y educativo altamente especializado. Madrid asume cada año 120.000 personas llegadas en buena parte de Hispanoamérica. Pero, en paralelo, como el resto de grandes metrópolis, expulsa población a los alrededores, no solo a su propia comunidad sino también a otras limítrofes. Sobre todo, por los graves problemas de vivienda que tienen y que nosotros -a pesar de que no poder tirar cohetes-, no tenemos ni parecidos. Si algo tenemos en Castilla es espacio por lo que se hace necesario ponerse a liberalizar suelo y a construir como si no hubiera mañana, pero tampoco hay mano de obra. No se hacen casas porque no hay obreros cualificados, necesitamos importarlos. Y en cualquier caso el llamado 'Sistema Madrid' está camino de aumentar en tres millones de personas en los próximos años. Es decir, necesita construir más de 150.000 viviendas cada año. Y no las hay ni las va a haber. Por ello parece claro que vivir en una Valladolid conectada va a ser una opción muy interesante frente a hacerlo en ciudades como Guadalajara, Toledo, Ávila o Segovia o en localidades como Getafe, Móstoles o Parla.
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Surgen oportunidades claras para nuestra ciudad. Debemos ser lo suficientemente hábiles para poner las fortalezas a trabajar al servicio de las oportunidades. Los factores geoestratégicos como la cercanía a Madrid, el AVE y el aeropuerto; la especialización en agroalimentación y automoción; la abundancia de suelo para urbanizar, la seguridad de la ciudad y la calidad de vida, la Universidad, la conflictividad nula y el hecho de ser capital administrativa son factores críticos de éxito. Alguien debe ponerse a pensar en esto y a contratar a las mejores consultoras del mundo para establecer un plan estratégico 2025-2035. Si solo pensamos en el soterramiento seremos incapaces de pensar el Valladolid del futuro. Por ello hay que exigir mucha más ambición a nuestros políticos, cada uno en el ejercicio de sus competencias. No estamos para pijadas y para guerras culturales. Hay que ponerse a trabajar si no queremos que la Nochebuena que viene seamos nosotros los que vayamos a ver a nuestros amigos y familiares a Madrid. Que allí no pincha Alfonso Niño, pero visto lo visto, acabará siendo más sencillo.
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