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Valladolid en agosto, con dinero y sin dinero
EL ESPIGÓN DE RECOLETOS ·
«A los que se nos ha metido dentro, sabemos soportar esta especie de vituperio que es la solana climática»Secciones
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«A los que se nos ha metido dentro, sabemos soportar esta especie de vituperio que es la solana climática»Frente a la elementalidad del verano, pasear por Valladolid –con dinero y sin dinero– en un agosto extravagado, en el denso rezongo de la canícula, puede provocar un estimulante golpe de imaginación (y de calor). Acaso la Plaza Mayor, trazada por orden de Felipe II ... tras el incendio que la redujo a cenizas en 1561, reaparezca a la vista del urbanita con la solidaridad de aquellos árboles, antes del aparcamiento subterráneo y de todos los malditos 'parkings', de cuando los toldos en vez de los insípidos quitasoles sombreaban almas y soportales. Como un oasis, emerge la acera de San Francisco y las prolongaciones de la calle Ferrari y la plaza de la Fuente Dorada, en esta realidad ambigua de las cosas y los seres del pasado que irrumpen en el estío presente para permitirnos ver las cosas moralmente, estéticamente, antiguamente, sin especulaciones de suelo, sin crecimientos desordenados.
Emerge entre las altas temperaturas la visión de los animales disecados del café de El Norte, mítico apeadero de caminantes y viajeros: la cabeza del toro 'Pies de Liebre', de cuando Antonio Ordóñez le dio al astado cumplimiento de suerte suprema; la de 'Batidor', muerto por Luguillano II, amén de un hurón, un macho cabrío, un alcor y acaso una perdiz. A pocos metros, la cartelera del cine de arte y ensayo nos recibe en el Teatro Zorrilla, con descuento para estudiantones, sopistas y cinéfilos, mientras afuera el gorgotero de alegrías infantiles nos ofrece litografías, juguetillos y hasta a don Nicanor tocando el tambor, cuyos bracitos tocaban un tambor que el niño accionaba con finísimo cordel y que llegó a triunfar en el Certamen benéfico de París, allá por 1964. Al buhonero toda la chiquillería pucelana le sigue como a un flautista de Hamelín perpetuo.
En los mismos arcos pueden verse ya a los jipis, a los vendedores clandestinos que sacan la mesita abatible y te venden el 'Manifiesto comunista' o el cuento de Mariuca la castañera, la Lechera o la Casita de chocolate; y a la adorable tiendita de El Escudo de España y su barroquismo de souvenirs y recuerdos casticísimos, a la que siguen El Mundo Elegante y la perfumería La Belleza, con sus aromas y esencias de alta gama, escaparates y saloncillos inspiradores con sus portadones de madera, en medio de la contorsión isócrona y cotidiana, que ya no están y están, insertados en el cordaje del corazón.
El verano tiene esa ventaja. A los que Valladolid se nos ha metido dentro, sabemos soportar esta especie de vituperio que es la solana climática que cacarean los telediarios: la memoria y el recuerdo son buen refugio, que excita y estimula el alma. Tras toda la nadería superpuesta de la mediocracia, Valladolid también es la sorpresa que resguarda y aguarda el espíritu castellano, la anatomía de lo cabal en mitad del anonimaje que es el vivir.
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