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San Valentín
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«La sociedad de consumo ha mercantilizado el amor y una consecuencia evidente es el llenazo esta noche de los restaurantes que ofrecen menús especiales para enamorados»Entre las generaciones del 'baby boom' no se estilaba celebrar una fecha como la de hoy. A caballo entre los estertores del movimiento hippie y la lucha por las libertades democráticas, aquellos aguerridos súbditos que pasaron a la categoría feliz de ciudadanos, no estaban para ... fresas con chocolate ni cenas románticas a la luz de las velas. Además, San Valentín se veía como un invento de aquel lince que fue Pepín Fernández quien importó para Galerías Preciados una conmemoración que trataba de arrojar algo de almíbar y esperanza en el gris panorama de la posguerra española.
Habrían de pasar los años para que la sociedad evolucionara, cubriera sus necesidades fundamentales y encontrara hueco para rendir tributo al patrón del amor. La cosa empezó tímidamente, venciendo un peligro cierto de glucosa y cursilada, pero enseguida prendió en las generaciones jóvenes de los noventa hasta alcanzar la categoría de celebración imprescindible como Halloween o el Black Friday. Las parejas empezaron a consumir regalándose ropa y perfumes, una moda que llega hasta hoy, el día grande de las floristerías que no dan abasto a despachar rosas rojas en sus establecimientos. A estas horas, ya no quedarán bombones ni conjuntos de lencería que prometan una noche de pasión. La sociedad de consumo ha mercantilizado el amor y una consecuencia evidente es el llenazo esta noche de los restaurantes que ofrecen menús especiales para enamorados adornados por un sortilegio afrodisíaco de lujo y burbujas.
Cupido se ha convertido en una industria y, a estas alturas, muchos de los celebrantes cuentan las diferentes parejas con las que han vivido un día como este prometiéndose un amor con inevitable fecha de caducidad en muchos casos. Cabe preguntarse cómo afrontarán la fecha los miles de matrimonios arrumbados por la rutina y el paso del tiempo, esas uniones que apenas encuentran ya temas de conversación en sus salidas gastronómicas y permanecen en un triste y devastador silencio mientras parten muy despacio en sus platos la lubina o el solomillo. Parejas que un día se amaron y se necesitaron hasta que la pátina de los años arrojó sobre ellos una sensación de extraños. Gente aburrida de verse y harta de soportarse, que ya no encuentra fuerzas ni para romper el vínculo que sellaron hace tanto tiempo con una ilusión esfumada por el trantrán de la vida.
Hoy pueden escribirse las palabras más tiernas y los versos más tristes. Se pronunciarán 'te quieros' y se ofrendarán imposibles promesas de amor eterno. Los enamorados tomarán las calles, los cafés y los restaurantes para testimoniar una voluntad de complicidad y erotismo que les salvará del imposible magma cotidiano de desesperanza y negrura. En tiempos de incertidumbre, cobra sentido el título de aquella canción sabia de los Beatles: «Todo lo que necesitas es amor» y se materializa el axioma de que «el amor está en el aire». Encerrado en una mirada, oculto en un deseo, anhelante en una caricia no ofrecida o en un beso furtivo, el amor se erige como un arma poderosa para derrotar todo aquello que nos impide vivir con ilusión.
Superados los recelos comerciales, sabemos que hay que celebrarlo todo, incluso el amor, por eso las ciudades se tiñen de color rosa y las emociones habitan los cuerpos a flor de piel. Luego, la inevitable realidad será muy otra, pero no es cuestión de amargar la única esperanza que mueve el mundo, aunque sepamos que, algún día, los enamorados terminarán haciendo suya esa frase inmarcesible y cierta que escribió Vinicius de Moraes en algún garito de Copacabana: «El amor es eterno mientras dura».
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