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Los reparos suscitados en torno a la creación de una 'nueva cartera' de la Comisión Europea con llamativo título encendieron, recientemente, la alarma y la polémica tanto entre ciertos grupos políticos como en algunos medios de comunicación. En realidad, lo que se perseguía era agrupar ... las competencias ya existentes de inmigración, empleo y seguridad bajo el nombre de 'Protección del modo de vida europeo'. Por lo que la denominación –que va a ser modificada– no resultaba muy oportuna: siempre que se utilizan términos como 'proteger' o 'salvaguardar' cualquier cosa –ya sea material o inmaterial– parece estarse asumiendo que aquello que ha de ser 'defendido' se encuentra asediado por amenazas que llegan del exterior. Pues ¿qué debería ser lo más controvertido en este caso? ¿El intento de proteger algo que se entiende como propio o lo que se protege en sí? Es decir, ese pretendido 'estilo o modo de vida europeo' que no puede estar señalándonos otro horizonte que el de lo cultural: la cultura europea. ¿O tanto cuesta reconocer y asumir lo que esas dos palabras expresan?
Y, más allá de esto: ¿quién o quiénes se supone que estarían a punto de ponerla en riesgo? Las propias competencias de la Vicepresidencia así llamada ya apuntaban por dónde irían los tiros: los inmigrantes, las supuestas 'avalanchas de indocumentados' que, seguramente no por casualidad, proceden de zonas antaño colonizadas desde determinados países de Europa. ¿Habría de entenderse, entonces, que todo lo que ocurre allí es –o no– asunto nuestro? Porque desde luego que lo será si, confundiendo la responsabilidad con la culpa y acomodándonos en la superficialidad de una autocrítica solo concerniente al pasado, no hacemos nada contra las injusticias del presente. Ya que el colonialismo del que derivan en gran medida las catástrofes humanas que, hoy, observamos –sesgadamente y con algún recelo– por televisión siempre fue discutible y paradójico. Como los argumentos de izquierdas y derechas para justificarlo, que iban del 'sermón civilizador' al 'lucro por el lucro': del canto o loas al credo y civilización occidentales a las razones de mero tipo económico. Pero el 'negocio de ultramar' no duró eternamente. Y de ahí que, no tardando mucho, se olvidase el primer discurso y acabara prevaleciendo el del 'derecho a la libertad de los pueblos': o sea, que se impusiera apresuradamente una práctica vergonzante según la cual a los colonizados 'hijos de la patria' de ayer se les 'liberaba' ahora cuanto antes, quizá porque empezaban ya a salir demasiado caros. Y es que la verdadera responsabilidad de lo sucedido nunca fue de países enteros, sino de las oligarquías que se enriquecieron durante un tiempo a base de esquilmar la riqueza de los territorios anexionados hasta que, terminado el periodo de 'vacas gordas', aquellas abandonarían la escena, dejando –luego– que fueran sus naciones las que se hicieran cargo de las guerras subsiguientes o de pagar los costos de la liberación.
Un pensamiento de izquierdas ya superado tendió a identificar 'pueblos colonizados' con 'proletariado del mundo' y a creer que aquellos abrazarían su causa. Pero el pretexto emancipador ha sido cambiado, después, sin demasiados escrúpulos (y como en un juego de manos) por el dogma de una nueva biblia economicista, la que anunciaba la parusía –e implantación– del capitalismo a escala mundial. De forma que buena parte de los líderes izquierdistas de Europa han renunciado al discurso liberador y revolucionario como único modelo con que ayudar a las regiones otrora dominadas por sus países respectivos. De igual modo que derecha e izquierda suelen sustraerse, con disculpas y huecas declaraciones, a la obligación de los gobiernos europeos –que no de las ONG– de acometer y responsabilizarse plenamente de lo que está pasando.
Pues, por otro lado, las fronteras europeas no pueden dejar de ser aseguradas de alguna manera para que Europa siga siendo Europa. Y es en materias como esta que se revela la dimensión insostenible de la carencia de una política y un gobierno europeos de verdad comunes para tomar las principales decisiones. Porque la imagen de Europa no puede reducirse a un pomposo Mario Draghi contándonos, como un oráculo lejano, si suben o bajan los tipos de interés de nuestro dinero.
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