Vacunas y voluntarios
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«Cierra agosto y en los whattsapps los españoles regresan de sus vacaciones presumiendo de haber pasado un verano de fábula, cuando en verdad ha sido un verano penoso»La pandemia no deja de producir estadísticas de concurso. National Geographic afirma que en el océano Atlántico podría haber 200, y no 17 millones de toneladas de basura plástica, como se pensaba. Buena parte de ellas concentradas en forma de exuberantes islotes de guantes ... y mascarillas desechables. Desechos sobre desechos que tal vez nos permitan pronto cruzar a pie, y no a nado o en patera, el Estrecho de Gibraltar, esa plaza de ensueño donde residen los últimos monos de la Península Ibérica. Una especie aterrorizada, la de los monos, ante la perspectiva de ser llamados a filas por los laboratorios ante la escasez mundial de macacos.
Escrúpulos animalistas al margen, son ahora miles, cientos de miles, los miembros de otra especie los que llevan meses sujetos a la experimentación científica. La especie de los voluntarios. Nunca faltan cuando la emergencia aprieta. Desde ayer está abierta la recluta de 190 nuevos españoles para probar en sus carnes un nuevo prototipo de vacuna. La de Johnson & Johnson. A ellos se sumarán pronto cuatrocientos más en Alemania y Holanda. Nuevas posibilidades a sumar a las de la otra vacuna por la que apuesta Europa, la de la Universidad de Oxford, que ya ha sido probada por más de veinte mil humanos de laboratorio. Y que se espera para diciembre. Oficialmente, 31 de las 173 vacunas contra el coronavirus que se experimentan en todo el mundo cuentan con cobayas humanas. Mucho que agradecer a unos pocos.
Para lo que no se buscan macacos, que se sepa, es para experimentar con la vacuna contra los desgobiernos. Contra las hipocondrías del poder, en cualquiera de sus manifestaciones. El santo Simón, el zelote, insiste en que vivimos en una situación «relativamente tranquila». Pero las normas de prevención se multiplican como las islas de guantes de plástico. Libertad, ¿para qué? Seguirlas al pie de la letra es… imposible. Estamos ante las elecciones más importantes de la historia de este país, dice Trump ante una multitud de fieles a pecho descubierto. Entretanto, los alumnos españoles no se quedarán en casa, como los de Corea del Sur, pero llevarán todos mascarilla a partir de los seis años. Algún padre preguntó ayer que cómo pensábamos recuperar el trimestre perdido el curso anterior. Como llevaba la mascarilla no se le terminó de entender. Así que se quedó sin respuesta. Dice el ministro Illa que él tampoco entiende cómo un padre puede mandar a su hijo al colegio sabiendo que está contagiado. Lo que no dice es que ese padre ha tenido que elegir entre mantener su trabajo o velar por la salud de los demás. Las actitudes antisociales surgen siempre del miedo. De la sospecha de que la vacuna contra la ruina económica es más difícil de obtener que la de la covid. «El alma desordenada lleva en su culpa la pena», dice San Agustín. Cierra agosto y en los whattsapps los españoles regresan de sus vacaciones presumiendo de haber pasado un verano de fábula, cuando en verdad ha sido un verano penoso. De cómo hemos pasado de ser el más divertido a ser el país más triste del mundo es otra historia. Se buscan macacos para probar vacunas contra la tristeza.
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