En plena segunda oleada de la Covid-19, cuando las preocupaciones de salud ante un virus que todavía no controlamos van de la mano de la alarma por la devastación económica causada, es un buen momento para mirar hacia delante. Ian Lipkin, del Instituto Rockefeller, ... nos avisa de que lo que estamos pasando ahora y lo ocurrido en los últimos años --los estragos del SARS en 2002 y del MERS en 2012, el susto del Zika en 2015, los brotes periódicos de ébola y gripe-- representan sólo una pequeña muestra de los 320.000 nuevos virus desconocidos que ya circulan entre mamíferos y que podrían saltar al hombre. Todos los países tienen que prepararse para afrontar no sólo la actual pandemia, sino las que están por llegar.
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¿Cuál es la herramienta más eficaz para prevenir las enfermedades infecciosas? Las vacunas. Gracias a las campañas sistemáticas en niños y adolescentes, muchas enfermedades que antes eran habituales, como la viruela y la polio, prácticamente han sido erradicadas. Por desgracia, algunas, como el sarampión, han sufrido un resurgimiento en Europa debido principalmente al movimiento antivacunas, según el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC), que también alerta de las repercusiones de países con controles de vacunación más laxos debido a la libre circulación de personas. Una doble realidad que obliga a esfuerzos e iniciativas coordinadas.
El ECDC apuesta por la monitorización de datos epidemiológicos de todos los Estados miembros, normalizados y actualizados. El registro de quién, dónde y de qué se ha inmunizado se podría hacer mediante una Cartilla Europea de Vacunación (CEV) electrónica, una iniciativa que ya se planteó en el anterior periodo legislativo de la Comisión Europea y sobre la que yo misma insistí el pasado abril. Este nuevo instrumento aportaría información valiosa para ofrecer un diagnóstico fiable de la realidad sobre la que sustentar estrategias de mejora de inmunidad, y para acercar los calendarios nacionales de vacunación –ahora, cada Estado tiene el suyo- con el fin de implantar uno básico común para toda la Unión.
Como las competencias en salud las tiene cada país, el ECDC sólo puede realizar sugerencias, y su capacidad de influencia es limitada. Hay que superar esta situación y conseguir que la cartilla digital europea de vacunación sea una herramienta valiosa para las autoridades fronterizas y sanitarias de cada país miembro, que sabrían de un vistazo la lista de vacunas que se ha puesto cada persona: un pasaporte sanitario para los ciudadanos de la Unión que permitiría detectar e inmunizar a personas que vayan o vuelvan de países con controles de vacunación más laxos. O que no se hayan querido inmunizar.
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La Cartilla Europea de Vacunación puede ser un instrumento muy útil para la trazabilidad, control y mejora de la gestión de las enfermedades infecciosas a nivel comunitario. Y, como decía al principio, miremos hacia adelante, más allá de la covid-19: hacia cómo vamos a hacer para favorecer un principio básico europeo, la libre circulación de los ciudadanos europeos, al tiempo que contribuimos a detener la propagación de pandemias futuras. Es nuestra seguridad, y la promesa de poder reconquistar las calles. Y nuestras vidas.
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