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José Ibarrola
El vacío de una identidad

El vacío de una identidad

El vacío poblacional ha ido acompañado de un hueco de identidad, porque se diría que lo que interesaba resaltar a aquellas fuerzas y élites más asentadas en la región era que había aquí una especie de agujero identitario

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 26 de octubre 2019, 09:49

Hace unos cuantos días, un alto representante de las instituciones de Castilla y León anunciaba la intención de suprimir la Fundación Villalar. Puede alegarse a favor de tal decisión que la Fundación en cuestión ha presentado en no pocas ocasiones una trayectoria que resultaba errática; que, según más de un crítico de la misma ha señalado, parecía ser y funcionar –con frecuencia– como un mero instrumento que tal o cual político/a utilizaba en pro de sus proyectos y ambiciones. Pero la razón que ha dado el actual presidente de las Cortes de esta comunidad autónoma ha sido –en realidad– otra: la Fundación, de acuerdo con sus palabras, habría fracasado en su propósito (o pretendido objetivo) de «crear un sentimiento de pertenencia regional». Por lo que cabe preguntar entonces si -caso de pensarse que hubiera triunfado– el actual gobierno de la Junta resolvería que la Fundación debía seguir funcionando, o no.

De cualquier modo, y dando por bueno que la Fundación constituya un ejemplo fehaciente del fiasco en la construcción de una conciencia identitaria castellana y leonesa, sería mucho suponer que ello la hace responsable de la decepción general al respecto. Esta región, en cuanto a comunidad autónoma, procede –como es sabido– de un complejo proceso de entendimientos y desacuerdos políticos, de negociaciones y disensos, de alianzas y 'descartes' sucesivos de otras posibles configuraciones. Lo que no significa que, por separado o incluso en su conjunto, Castilla y/o León no posean una identidad propia, sea –con mayor o menor intensidad– la de los pueblos, comarcas o provincias. La duda fundamental sobreviene al apreciarse que, a lo largo de estos últimos años, a menudo han sido los políticos quienes han causado la impresión de no creer apenas en ella o no estar interesados en contribuir a potenciarla. Y, de hecho, en nuestra comunidad autónoma por lo común ha predominado, entre los partidos de uno u otro signo, un discurso de lo más anodino o de bajo relieve desde el punto de vista identitario; que se quedaría en lo pintoresco, en las cosas del tipismo o la cocina tradicional, los itinerarios histórico-festivos y los coros y danzas. El vacío poblacional ha ido, así, acompañado –o a veces precedido también– de un hueco de identidad, porque se diría que lo que interesaba resaltar a aquellas fuerzas y élites más asentadas en la región era que había aquí una especie de agujero identitario sobre el cual se podía sustentar, de forma curiosamente más cómoda, la idea de unidad de España, y de la centralidad (no solo física o geográfica) de lo castellano de cara a esa otra idiosincrasia nacional. Es como si no preocupara fortalecer una identidad autonómica salvo que derivara en nacionalismo español, pero no para reforzarse ante otras, reclamar unos derechos adquiridos o un espacio mejor definido y más viable.

De manera que la declaración del mencionado prócer suena como un último aldabonazo, como un postrer clavo con que sellar el ataúd de una identidad políticamente desdeñada; o, peor aún, a la cual sistemáticamente no se ha querido cuidar ni siquiera conocer. Y es que aquí, en estas tierras cada vez menos pobladas, cunde la sensación de irnos convirtiendo en un gran agujero negro que se expande; de que aumenta esa especie de vacío identitario regional y que, si ello dependiera de muchos de nuestros políticos, estaríamos destinados a que tal desolación creciera más todavía. Porque vienen tiempos en que resulta difícil imaginar soluciones que no sean intermedias, de algún o mínimo consenso, entre quienes reivindican identidades conducentes al independentismo y quienes claman por la imposición de una monolítica unidad. Pues todo parece indicar que, más allá de la actual España de las autonomías, habrá que encontrar –quizá mediante modelos federalistas– una articulación de la diversidad de las regiones que integran nuestra nación. Por lo que Castilla y León, en tan complicado contexto nacional y europeo, tendrá que mirarse al espejo y reconocerse para hallar la vía a través de la cual avanzar como colectividad.

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