![Urticaria al leonesismo](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201910/07/media/cortadas/NF0KELO1-kQuB-U90328013742YFE-624x385@El%20Norte.jpg)
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Todo aquello que tiene que ver con el leonesismo, más allá del 'viejo reino', produce urticaria. Exactamente una especie de picazón que se extiende por todo el cuerpo fruto en una parte del desconocimiento de las raíces de una comunidad mal estructurada y, en otra, ... de un efecto directamente proporcional al interés por apagar una llama imposible de contener.
El leonesismo existe y no es suficiente con cerrar los ojos para creer que con el tiempo se difuminará o se evaporará una mañana al amanecer. Esa forma de entender sus orígenes, eso modo de 'sentirse' leonés, no es únicamente una herencia de Alfonso IX o de las Cortes de 1188, que sirvieron de cuna a la democracia, es una identidad merecida, entendible, lícita y hasta altamente necesaria.
El error no está en el leonesismo, que acumula no pocos pecados en su recorrido y que suma errores que le han llevado a un profundo estado penitente, sino en quienes con artificios y artimañas ciertamente cuestionables han puesto no poco empeño en silenciarlo, ocultarlo y mitigarlo con contundencia.
En una entrevista personal con Rodolfo Martín Villa, padre de esta comunidad mal pensada y mal estructurada, Este aseguraba que su intención al unir Castilla y León «era plantear un núcleo central potente en el centro de España que hiciera frente a eventualidades como las que ahora vivimos en Cataluña». La cita es literal. Un paso después el mismo Martín Villa admitía, no sin pesar, que era evidente que en aquel ambicioso objetivo, en el que incluía no solo una amplia superficie geográfica sino también población y riqueza, «se fracasó».
Unir Castilla y León pudo ser en su planteamiento inicial un error, o no, pero desde luego sí lo es hoy pretender crear una única identidad en un matrimonio forzado en el que al menos uno de los contrayentes nunca tuvo el más mínimo interés en participar y por lo tanto se siente obligado desde el primer día.
Casada la pareja y evidenciado el hecho de que el divorcio político en este caso es casi imposible se debería, al menos, apostar por un entente cordial, reconociéndose cada parte en la dimensión cierta que le corresponde. Si no hay amor, al menos que primer el respeto.
Y desde ese mismo respeto se entiende, con serenidad y realismo, que Castilla y León es una comunidad con dos regiones, como apunta el propio Estatuto. Pero hasta algo tan sencillo y de obvio reconocimiento se ha intentado laminar con millonarias inversiones para intentar convencer a los castellanos y leoneses de que esta, la nuestra, es una región. Y desde luego no lo es, como recoge la historia y reconoce el propio Martín Villa, quien siempre ha hablado de «dos regiones históricas».
Mal asunto cuando con dinero se pretende retorcer la realidad. El efecto habría sido enormemente más positivo si el mismo empeño se hubiera puesto en evidenciar las diferencias y admitir, con serenidad, que las dos realidades unidas por esa 'y' deben entenderse, caminar juntas, hacer causa común y apostar desde la diferencia por un futuro para todos mejor.
Castilla es Castilla y León es León. Por eso esta comunidad, débil y mal armada, se ha desgastado tanto en cuestiones estériles como silenciar al leonesismo, imponer Valladolid como capital oficial o centralizar motores económicos en una de las nueve provincias cuando en extensión se supera a Portugal.
El leonesismo produce urticaria, y es cierto. Exactamente la misma urticaria que provocan aquellos políticos que, por desconocimiento o mala fe, no han querido entender que desde la diferencia, el equilibrio y el sentido común se puede hacer más por esta comunidad que invirtiendo en imponer una región donde existen dos.
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