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La figura del cocinero español José Andrés con el casco de guerra y el chaleco antibalas en medio de la destrucción urbana y el terror se ha convertido en una de las imágenes más potentes del auxilio internacional al pueblo de Ucrania. Y el misil ... que destruyó una de sus cocinas solidarias en Járkov en el símbolo del urbicidio que está cometiendo el ejército ruso en el curso de la invasión. Junto a los crímenes contra la población civil la guerra desatada por Putin está poniendo en la diana la propia estructura de las ciudades. Esta saña vuelve a poner de actualidad un término que alude a la violencia contra la ciudad.
A la destrucción de edificios y viviendas de forma que la ciudad deje de ser un lugar seguro para convertirse en campo de batalla. A un intento de aniquilar los espacios donde se refleja una identidad, una historia y una cultura. Como dice Martín Cowar, uno de los estudiosos de la violencia contra las ciudades, se trata de destruir la diferencia y la historia a través de la destrucción material de esa identidad.
Algunos juristas ya incluyen este delito dentro del crimen de genocidio porque destruir las casas de la gente significa destruirles a ellos mismos. Una ciudad –dice– es un estado de ánimo en el que todas las personas que viven en una parte de las ciudades comparten la misma conciencia. Vukovar en Croacia 1991 con las tres cuartas parte de la urbe destruidas incluidas escuelas, hospitales, iglesias, museos, fábricas, es un precedente de la destrucción de las urbes como arma de guerra tras la Segunda Guerra Mundial.
Ahora Alepo y Mariúpol. Lanzar un misil contra una de las cocinas de World Central Kitchen, la ONG fundada por el cocinero asturiano que desde el primer día de la invasión sólo se ha dedicado a dar de comer a cientos de miles de familias demuestra una estrategia del ejercito de Putin que no pone límites a su objetivo de romper la moral de la población civil, desanimar a los voluntarios internacionales y convertir las ciudades en territorio de guerra. Veinticuatro horas después del ataque ruso, la ONG de José Andrés ya estaba desplegada en la frontera con Polonia para ayudar a los miles de civiles que huían de Ucrania como en Haití, Puerto Rico o La Palma.
En ese contexto la figura del cocinero español que desde 2010 dedica mucho de su esfuerzo y su dinero a ofrecer un plato de comida caliente a los golpeados por desastres naturales o conflictos bélicos se ha agigantado y convertido en un modelo ejemplar de la solidaridad. De la solidaridad y la caridad real, sin ánimo de lucro y sin los oportunismos tan usuales. Lejos de la caridad como negocio o de la foto solidaria 'oportunity' pagada a precio de oro.
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