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En toda sociedad existen tres instituciones cuyo origen y su propia existencia se deben a la jerarquización intrínseca que posibilita la influencia y el poder que proyectan ante los ciudadanos. Una es el Ejército, la segunda es la Iglesia y la tercera la constituyen los ... partidos políticos. En los tres ámbitos resulta imposible imaginar la autogestión, el gobierno compartido o el simple hecho de llevar la contraria a los superiores, sean castrenses, eclesiásticos o líderes ideológicos. Así las cosas, resulta evidente que el ámbito político intenta conjurar el caudillismo con elecciones primarias, consultas a las bases, asambleas ciudadanas y toda suerte de iniciativas que en algunos casos concretos no pasan de estar formuladas para cubrir el expediente, siendo su verdadera esencia lo que viene en llamarse un brindis al sol o un saludo a la bandera.
En este ecosistema existe un axioma irrefutable por la propia fuerza de los hechos: si un partido quiere construir un liderazgo condenado irremisiblemente al fracaso únicamente tiene que apostar por una bicefalia. Bien lo sabe el PSOE, tras aquel infausto experimento con Joaquín Almunia como secretario general del partido y Josep Borrell en el papel de candidato a la Presidencia del Gobierno. Los periodistas recordamos bien los desencuentros, las puyas mutuas, las críticas abiertas y, en suma, la imposibilidad de coexistencia de dos focos paralelos de poder en un partido. Aquello acabó por el caso de fraude fiscal protagonizado por Huguet y Aguiar, que afectó de soslayo a Borrell, pero pudo haberlo hecho como el rosario de la aurora, si la situación se hubiera prolongado tan sólo un poco más de tiempo.
Como, según Karl Marx, la historia siempre se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa, el experimento está listo para reproducirse de nuevo dos décadas después. En esta ocasión es en Unidas-Podemos, una organización que acusa la abrupta defección de su máximo líder, Pablo Manuel Iglesias Turrión, en una escapada imprevista a consecuencia de su fracaso en las elecciones madrileñas. Según manifestó claramente en su salida de la Vicepresidencia segunda del Gobierno, y reiteró en su despedida de la política, la elegida para sucederle es la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo Yolanda Díaz, objeto de toda suerte de loores y parabienes por quien pasaba a la reserva activa por efecto de los votos.
Días más tarde, se ha comunicado que la formación morada prepara un nuevo Vista Alegre para elegir a los órganos de dirección del partido y hemos sabido que la designada es la también ministra Ione Belarra, llamada a ejercer a partir del próximo mes de junio como secretaria general. De modo y manera que tendremos a una responsable orgánica de UP, que no disputará la carrera electoral a la Moncloa, y a una candidata a la Presidencia del Gobierno que carece de poder de decisión en un partido al que ni siquiera pertenece. No hace falta ser un politólogo de moda para pronosticar el incierto futuro de esta fórmula. Por si faltaba algo, sabemos que Irene Montero será la colaboradora más próxima de Belarra, en lo que podría ser toda una 'tricefalia', por lo que el futuro político de Yolanda Díaz en Podemos se presume más negro que el reinado de Witiza. Y ya, para rizar el rizo, hay seguidores de Izquierda Unida que van proclamando las bondades de su líder Alberto Garzón, con lo que la dirección de Unidas-Podemos va a ser marxista, al asemejarse mucho al camarote de los Hermanos Marx. Lo dicho, los dioses ciegan a quienes quieren perder. Al tiempo.
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