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Tres depósitos, algunos de más de 40 metros de altura, saltaron por los aires la pasada semana con el mismo estruendo que deja un cartucho de dinamita cuando vuela una roca de mineral.
Su caída, a plomo, envuelta en polvo, obligó a confinar a la ... población vecina, que de otro modo igualmente se hubiera ocultado para evitar presenciar la pérdida de una parte de su pequeña historia.
Ocurrió en la central térmica de Anllares, en el municipio berciano de Páramo del Sil, y la voladura controlada de estos enormes depósitos se enmarca en el proceso de desmantelamiento de un sector en otro momento clave para la historia y la industria de este país: la minería.
Cae Anllares, lo mismo que lo hará en muy poco tiempo Compostilla, y con idéntica certeza se podrá advertir que tras los pasos de estas térmicas irá la situada en la localidad de La Robla, dentro de un proceso global de descarbonización que hunde por completo a la provincia de León en la miseria.
Todo lo que ha rodeado al sector minero, a excepción de las historias humanas que se solapan a lo largo de su historia, ha sido extraordinariamente abrupto, descontrolado, abusivo por momentos e incluso insolente si se quiere, porque quienes dominaron el sector jamás pensaron en las vidas que se escondían en el interior de cada pozo. Eso, siempre fue lo de menos.
Duele la minería porque todo lo que se podía haber hecho bien se hizo mal, porque solo los trabajadores pusieron la sangre y el corazón en un sector que tiene un punto épico y porque hubo un tiempo (mucho tiempo) en el que los personajes que pululaban por el entorno minero solo pensaron en su cartera, exclusivamente.
20.000 trabajadores llegaron en su día a depender de las cuencas mineras, las mismas cuencas en las que hoy solo quedan recuerdos, olvido, miseria y una buena dosis de orgullo para compensar un envoltorio tan gris.
El cierre del sector se gestionó con soberbia, capricho y un desmán imposible de soportar. Si existe una reconversión que ejemplifique cómo jamás se debieron hacer las cosas, ésa es la del sector minero. Todo, o casi todo, fueron tropelías.
Los 'fondos mineros' pasaron por ser una saca repartida al mejor postor, en la que el dinero se despilfarraba en no pocas ocasiones muy lejos de las cuencas y en no pocas ocasiones en inútiles inversiones. La 'transición justa', otra gran mentira política, no tuvo nada de sus dos palabras, nunca hubo transición y la justicia, si acaso, algún día llegará ante un tribunal.
La mina siempre fue justa con los valientes que acudieron a sus entrañas en una pelea en la que la vida también era una moneda a pagar. La mina nunca engañó al minero, quienes la gestionaron puede que sí.
Hoy queda una última oportunidad de devolver a las cuencas lo mucho que le dieron a este país, de hacer justicia con aquellos que sin pensarlo se adentraron en las entrañas de la tierra. Europa premia el dislate cometido con una última oleada de inversión pública para esas zonas. Bueno sería que quienes tantos sueños robaron a la tierra minera pongan ahora el máximo empeño en un reparto justo, equitativo, que devuelva la vida a aquellos lugares que antes sembraron de muerte y olvido.
O esa última oportunidad, que superará con muchos los 300 millones de euros iniciales, es aprovechada o León está condenado a la agonía, el olvido y la miseria. La misma miseria que sembraron quienes anunciaron que nadie se quedaría atrás en esta reconversión, que nadie debería preocuparse porque habría un futuro esperanzador. ¿Nadie? ¿Futuro?
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